Ricardo Vásquez Kunze,Desayuno con diamantes
rvasquez@peru21.com
Se realizó en Lima la IV Conferencia Anticorrupción Internacional, que fue inaugurada con bombos y platillos el último jueves. Esto ha dado pie para que vuelva a correr mucha tinta sobre el tema de los gobiernos corruptos y el papel de la prensa, el periodismo y la opinión pública como frenos a esta forma de crimen. La corrupción tiene, sin embargo, otro ángulo que pocos tocan: el de la prensa, el periodismo y la opinión pública hoy, y no en los tiempos de Montesinos.
El periodismo es el instrumento por excelencia de la libertad de expresión y, por tanto, de otra aún más sofisticada: la libertad de opinión. Es en ese contexto que el periodismo informa sobre temas y personajes de relevancia pública. Es mediante esta información que el periodismo crea y forma opinión pública, la orienta y la influencia impactando en un gobierno y, por tanto, en la gobernabilidad de un Estado.
Así, se supone que influir sobre la gobernabilidad de un régimen democrático es contribuir a que éste funcione lo mejor posible. Como, siguiendo el aforismo de lord Acton, “el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”, el periodismo tiene su amarga fórmula para que los gobiernos democráticos cumplan sus fines: poner el dedo en la llaga para que brote pus.
De ahí se sigue que el negocio del periodismo sea buscar carroña en el sentido de extirparla para la sanación de la cosa pública. Así, el periodismo no construye poder, lo destruye. Esa es su idea de la gobernabilidad en la medida de que entiende que la corrupción es el principal elemento de distorsión del correcto funcionamiento de un gobierno democrático, porque todo poder lleva el germen de la corrupción consigo. De ahí que, a menos poder menos corrupción; luego: mejor funcionamiento de la democracia.
El problema con este cuento es que el periodismo en tanto actividad de la prensa es también y sobre todo Poder. Y si somos consecuentes se le aplica entonces el mismo aforismo de lord Acton: A más poder, más corrupción. ¡Y vaya que la prensa y el periodismo lo tienen!
Así, mientras más poderosa la prensa y el periodismo ya no en una sociedad democrática, sino en la sociedad del espectáculo donde todo lo que importa es divertirse, mayor posibilidad de corrupción allí. Es decir, corrupción entendida como la deformación de su objeto y negocio: informar y formar opinión pública. Se perfila entonces una “gran noticia”: aquella del “vicio denunciando al crimen”; de un lado el Cuarto Poder y, del otro, los tres poderes del Estado.
Cuando Alfred Harmsworth democratizó el periodismo a fines del XIX para ponerlo al servicio del “hombre que tiene prisa”, “dándole al público lo que desea” creó la “opinión pública”. Y la “opinión pública” cimentó el poder de la prensa sobre los gobiernos democráticos para hacerlos menos corruptos, contribuyendo a que funcionen lo mejor posible. Tal fue entonces el sentido de construir gobernabilidad.
Lo que nunca se imaginó Harmsworth fue que “el hombre que tiene prisa” tuviera tanta, en realidad, por abandonar los tediosos caminos de la verdad para pasar a los ligeros senderos de la diversión. El hecho es que la misma filosofía popular que abrió al gran público las puertas de la verdad para con su peso combatir la corrupción de los gobiernos, abrió también las puertas a la corrupción de la opinión pública donde lo último que importa hoy es la verdad.
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