Las redes sociales virtuales –especialmente el Twitter– se han convertido en la arena política predominante en las últimas semanas en Perú. Dada la brevedad de su formato, la ausencia de interacción cara-a-cara y la anonimidad de sus espectadores, este medio 2.0 tributa más a la ofensa y el insulto que a la deliberación e intercambio argumentativo. Cuando los ánimos se caldean entre el oficialismo y la oposición, dicha red saca a relucir la peor versión de nuestros políticos.
El uso que algunos miembros del gabinete dan a sus cuentas de Twitter ejemplifica la funcionalidad que le otorgan al medio. Así, Urresti y Cateriano sobresalen por su agresividad. Aunque el primero sostiene que tuitea “en defensa propia”, su virulencia alcanza niveles primarios, onomatopéyicos. El responsable de Defensa sintetiza en sus trinos contra la oposición la quintaesencia del antiaprismo y el antifujimorismo, aparentemente el alma de este gobierno.
La división de género es sintomática. Jara y Omonte –quienes completan el cuarteto de ministros con más influencia en redes sociales, según GfK– contrastan por su estilo más informativo y servicial. La jefa del gabinete evita la polémica y se concentra en la difusión de actividades oficiales. Maneja su rol de PCM con mesura, prudencia y hasta conciliación. La encargada de la cartera de la Mujer comparte este perfil, aunque interactúa más –y de manera positiva– con tuiteros que demandan apoyo.
La intimidad entre el tuitero (ministerial o de a pie) y su dispositivo hace perder la perspectiva del impacto del mensaje. Gajes del mundo virtual que no podemos darnos el lujo de reproducir cuando la polarización política no es una gracia, sino una amenaza a la gobernabilidad.
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