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Opinión

Las imágenes de millones de jóvenes, convocados vía redes sociales y empoderados smartphones en mano, protestando por reformas políticas […].

Comunicador

Las imágenes de millones de jóvenes, convocados vía redes sociales y empoderados smartphones en mano, protestando por reformas políticas y contra la corrupción en calles y plazas del norte de África, España, Inglaterra, Estados Unidos, Venezuela, Argentina, Brasil, Chile, Perú, Hong Kong o México, en los últimos cuatros años, son una demostración del embate que recibe el viejo poder a manos del nuevo poder.

El viejo poder está basado en la concentración, individualización, reserva y verticalidad. Es por naturaleza rígido, lento y jerarquizado. El nuevo poder, en contraposición, es desconcentrado, masivo, transparente y horizontal, pero, además, brilla por su flexibilidad, velocidad e insubordinación. La participación de los jóvenes usando las redes sociales constituye el nuevo poder que busca promover un cambio. Las decisiones ya no deben venir de arriba hacia abajo; sino, ahora, de abajo hacia arriba.

Un ejemplo interesante de viejo poder que busca reinventarse es Nike ID, el sitio web de la famosa marca deportiva donde uno puede diseñar y decorar sus zapatillas de manera personalizada. El poder lo tiene el cliente que decide cómo quiere el producto. Otro ejemplo, pero de nuevo poder, es AIRNBN que conecta a viajeros de todo el mundo con residentes locales que alquilan habitaciones. Solo en el 2014, a través de este sitio web, 350 mil residentes alojaron más de 15 millones de personas en sus casas. Las grandes cadenas y operadores hoteleros quedaron al margen.

Hay muchos ejemplos más de viejo poder que busca prevalecer y de nuevo poder que rompe esquemas. Pero en política la irrupción vía smartphones no debe crear falsas ilusiones. La Primavera Árabe, por ejemplo, no trajo los cambios esperados; hace una semana las elecciones en Túnez no confirman si la gesta del 2011 contra Ben Ali finalmente cambiará las cosas. Egipto derrocó a Mubarak, pero un golpe de Estado el año pasado depuso a su sucesor. El movimiento Occupy ahora tiene a la mayoría de sus jóvenes de vuelta a las universidades estudiando.

Los ciberactivistas no fueron capaces de influir en las viejas estructuras. No pasaron de la protesta a la propuesta, y menos al gobierno. No han podido aún cambiar ese viejo poder que no entiende ni atiende a estas nuevas mayorías. Faltan conectores, intérpretes y líderes con otra visión. La revolución sigue palpitando al ritmo de Twitter esperando pasar de la tecnoutopía a la realidad. Llegará el día y pronto.


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