03.MAY Viernes, 2024
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Opinión

“El Perú de las décadas del 40 y 50 era un medio muy poco propicio para el desarrollo de las artes y la literatura”.

Escritor

Con este hermoso título, La luz tras la memoria (Lápix, 2014), se han reunido en dos volúmenes los artículos periodísticos sobre literatura y cultura de Sebastián Salazar Bondy, en homenaje por los 90 años de su nacimiento. Esta feliz apuesta de los editores y, en especial, de Alejandro Susti, quien, al realizar una tarea encomiable, al investigar y rescatar el material disperso del autor, recupera la figura de uno de los mayores representantes de la Generación del 50, notable no solo por sus aptitudes literarias, sino por su rol de animador cultural. Como bien ha señalado Vargas Llosa, en un país donde todo contradecía la vocación del escritor, Salazar Bondy fue un “ejemplo centelleante” que impulsó a muchos jóvenes a abrazar ese oficio, aun cuando ello pareciera una quimera.

El Perú de las décadas del 40 y 50 era un medio poco propicio para el desarrollo de las artes y la literatura. Por ello, muchos de sus compañeros de ruta se empeñaron en buscar otros horizontes, como fue el caso de Eielson, Szyszlo, Varela, Ribeyro, Sologuren, Loayza y Vargas Llosa, que emigraron a Europa. Salazar Bondy no cruzó el Atlántico (lo haría unos años después, a raíz de una beca que lo llevaría a Francia), pero se trasladó a Argentina, donde vivió la efervescencia creativa de Buenos Aires durante un lustro. Al retornar a Lima, en 1952, desplegó una infatigable labor, como si se hubiera prometido hacer todo lo posible por llenar ese vacío cultural que atenazaba a la ciudad. Y lo hizo, primero en el ámbito del teatro, como dramaturgo y crítico, y luego como periodista cultural, lo que lo convirtió en una de las plumas más influyentes de su tiempo.

En realidad, Salazar Bondy fue un escritor con múltiples intereses y estaba dotado con un talento para todos los géneros. Comenzó como poeta y, junto con su pasión por el teatro, cultivó el cuento (sus libros Náufragos y sobrevivientes y Pobre gente de París se sitúan dentro del movimiento de renovación de la narrativa peruana) y el ensayo (Lima la horrible es una de las aproximaciones más lúcidas e implacables que se han hecho a la problemática de la capital). Y, por supuesto, fue un periodista de polendas, uno de los mejores en la historia de la prensa nacional, diestro no solo para la crítica literaria y artística, sino también para el comentario político. Como se sabe, Salazar Bondy falleció prematuramente, a los 41 años, en 1965. Según la leyenda, murió cuando escribía una crónica en la revista Oiga. De acuerdo con su amigo Paco Igartua, el director, expiró de un paro cardiaco justo cuando terminó esta frase: “Qué linda sería la vida si tuviera música de fondo”.


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