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Opinión

Si el Perú se bajó los calzones ante Inglaterra mientras que Ecuador le paró el macho y salió triunfante, por qué Rafael Correa tendría que tener consideraciones para un país como el Perú.

Ricardo Vásquez Kunze,Desayuno con diamantes
rvasquez@peru21.com

En marzo del año pasado, el Perú suspendió una visita protocolar ya pactada de una fragata inglesa, la HMS Montrose, al puerto del Callao. La fragata acababa de ser parte de la flota británica que custodia las islas Falklands, mejor conocidas como ‘Malvinas’. Como la UNASUR había ratificado en pleno los derechos argentinos sobre esas islas, el Perú, miembro de UNASUR, no podía recibir una fragata cuya última misión había sido precisamente la contraria: afirmar los derechos británicos sobre el archipiélago en disputa.

Los ingleses reaccionaron mal a través de un primer comunicado de su embajada. Luego, en un segundo soltado en plena sesión reservada donde el canciller daba cuenta ante el Congreso de la situación, fueron más que impertinentes: fueron inamistosos. Le decían mentiroso al Gobierno del Perú. En Lima, la clase política se puso a favor de los ingleses. Es “nuestro segundo socio comercial”, dijeron algunos. Y, pues, los ingleses “se podían molestar” mientras ya se preparaba en Londres un roadshow para “vender al Perú” con una legión de empresarios alborotados por embarcarse con el ministro Castilla a la cabeza. El Perú recibió de los ingleses un bofetón en la cara y no respondió. Se sobó, sonrió y luego, como si no hubiera pasado nada, el canciller brindaba en la residencia del embajador británico por el onomástico de Su Majestad. Y en Londres, Castilla y los empresarios celebraban el “milagro peruano”.

Unos meses después, en agosto, el presidente de Ecuador, Rafael Correa, concedió asilo diplomático a Julian Assange, perseguido por la justicia sueca por un delito común y a punto de ser extraditado por el Reino Unido. Assange, fundador de Wikileaks, alegó una conspiración internacional liderada por Estados Unidos en venganza por haber revelado información clasificada de la gran potencia. Los ingleses pusieron el grito en el cielo y amenazaron la inmunidad diplomática de la legación ecuatoriana. Advirtieron que podían sacar a Assange por la fuerza. Correa no se arredró. “No saben con quién se han metido”, dijo. Y, en efecto, los ingleses no lo sabían. Convocadas la OEA y la UNASUR, y con su pleno respaldo, Ecuador plantó cara al Reino Unido y ahí murió el payaso. Quito se hizo respetar y saltó con el caso Assange y la desbaratada bravuconería inglesa a las grandes ligas de la política internacional.

Un año más tarde, en Lima, el embajador ecuatoriano protagoniza un incidente de arrabal en un pugilato con un par de mujeres peruanas de dudosa cultura. Se arma un escándalo político y social. El gobierno del presidente Humala, a través de la Cancillería, considera que el embajador debe irse e “invita” al Ecuador a retirarlo. En vez de ser categórico, dada la falta del embajador y la crisis interna generada por su conducta, deja así abierta la posibilidad de que su “invitación” no sea aceptada. Lo que en efecto ocurre luego de que, poniendo en duda la palabra del Perú y zurrándose en su malestar, el vicecanciller ecuatoriano viene a Lima como “visitador” en viaje de “inspección”. Es recibido por el canciller al que no le cree una palabra. El embajador no se va. Lo que diga el Perú le vale un pepino. Mientras, en Quito, Rafael Correa respalda pública y personalmente a su embajador. Un desaire, una insolencia y una majadería inédita.

Pero, ¿era de esperar? Pues sí. Es decir, si el Perú se bajó los calzones ante Inglaterra mientras que Ecuador le paró el macho y salió triunfante, por qué Rafael Correa tendría que tener consideraciones para un país como el Perú que, en su imaginación, visto está que vale mucho menos que Ecuador.

Esa es la diferencia entre la firmeza y la debilidad. Y el resultado es que, hoy, todos se mean en el Perú. Correa, al que apapachamos cuando despotricó contra la prensa peruana aquí, en Lima. Maduro, al que le acabamos de sacar las castañas de fuego aquí, en Lima. ¿Alguien duda de quién será mañana? ¿Dónde están los amigos del Perú? ¿Dónde la UNASUR? ¿Dónde la política de “consensos regionales” por la que nos bajamos los pantalones? Señores, entiéndalo bien: el servilismo y la debilidad solo pagan con chasquillo de dedos y portazos en la cara. El presidente y el canciller han despertado hoy sabiendo de lo que se trata.


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