El conflicto social que actualmente existe en torno al proyecto Tía María, así como otros que se produjeron en los últimos años en el Perú, tienen su origen en la presunción de que la actividad minera puede afectar negativamente la agricultura y que esas actividades son incompatibles.
La pugna entre agro y minería detiene el desarrollo del país, y ello en los próximos años terminará afectando el bienestar de todos los peruanos.
Lo paradójico de la situación es que las actividades agrícolas que realizan compatriotas que habitan en zonas alto andinas del país, que se encuentran aisladas de los mercados, no les permitirán salir de la situación de pobreza en la que viven muchos de ellos. Tampoco la minería por sí sola les puede garantizar salir de la pobreza a esos compatriotas. Lo que permitiría lograr la minería es contribuir a mejorar en algo las condiciones dentro de las cuales se desarrolla la agricultura, generando demanda para sus productos y acercando su producción al mercado. Pero eso no tendrá un impacto sostenible y duradero sobre la mejora del bienestar de esas poblaciones, tal como lo venimos observando desde hace muchas décadas.
Para que esas personas puedan dejar de ser pobres, se requiere que adquieran una educación de calidad. Por ello, la disputa entre agro y minería es inútil. Lo que los líderes locales y las autoridades gubernamentales deberían tener como objetivo común es lograr que el Estado, con el apoyo de la industria minera, implementen creativamente estrategias que finalmente hagan posible ofrecer educación de calidad a las poblaciones alto andinas, y que esas poblaciones paulatinamente dejen de realizar actividades agrícolas en las condiciones en las que lo hacen actualmente, en zonas alejadas de los mercados y con una muy baja productividad. La minería puede ayudar muy bien a que ello ocurra. Ni la agricultura ni la minería, por sí solas, podrán derrotar a la pobreza, sin educación.
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