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Opinión

“En 1992, Perú derrotó al terrorismo y encarceló a sus dirigentes. Fue una victoria inequívoca y sin concesiones. La paz de Colombia no es una victoria, es un armisticio”.

Nadie en su sano juicio puede estar favor de que continúe la violencia y en contra de la paz, por lo que si yo fuera colombiano votaría hoy Sí en el llamado referéndum por la paz. Pero lo haría sin entusiasmo, tapándome la nariz, y con la convicción de que el gobierno del presidente Santos ha negociado un precio demasiado alto.

No pongo en duda que haya luchado por conseguir los mejores términos, pero el precio es alto. Como explica el escritor Plinio Apuleyo Mendoza, las FARC tendrán –además de gozar de la amnistía– un cupo de 26 curules en el Congreso, 31 emisoras de radio, canal de televisión, ocuparán vastas zonas del país sin presencia de la fuerza pública, estarán sujetos a una jurisdicción especial extranjera inapelable. Parece increíble que los terroristas se reinserten con derechos civiles a los que no tienen acceso el resto de los ciudadanos. Por otra parte, está por ver si algunos militantes de las FARC renunciarán al multimillonario negocio de la droga.

El problema de fondo es que Santos es un presidente débil de un Estado débil. Igual que César Gaviria, quien, en 1991, accedió a que Pablo Escobar se entregara imponiendo sus términos a cambio de que el Congreso votara la no extradición de los narcotraficantes. La cárcel –infamemente conocida como La Catedral– la diseñó el mismo Escobar, quien gozaba de todo lujo y licencia posibles y cuyo orden interno controlaba él mismo. El pueblo colombiano apodó a La Catedral como “cárcel de máxima comodidad” (en lugar de “seguridad”).

La excepción fue el gobierno de Uribe (2002-2010), del que Santos fue ministro de Defensa, que consiguió cierto fortalecimiento del Estado, incluyendo avances considerables frente a las FARC. Santos decidió utilizar dicho fortalecimiento relativo para negociar con la guerrilla en lugar de combatirla.

En 1992, Perú derrotó al terrorismo y encarceló a sus dirigentes. Fue una victoria inequívoca y sin concesiones. Y digan lo que digan, las violaciones de DD.HH. fueron la excepción. Desgraciadamente, siempre hay excesos de las fuerzas del orden en estas terribles luchas. Los ha habido en Colombia, en la España democrática con los GAL y en el Reino Unido contra el IRA.

Moralmente es abominable pero estadísticamente siempre es así porque son situaciones en que las fuerzas del orden arriesgan sus vidas y el riesgo es extremo.

Dijo el pensador romano Cicerón que “la paz más injusta es preferible a la más justa de las guerras”. Hoy ganará el Sí, pero muchos colombianos votarán Sí a sabiendas de que es una paz injusta.


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