Economista y asesor financiero
Pocas veces ha tenido el Perú la posibilidad de avanzar tanto. Un Congreso con mayoría absoluta de un partido cuya visión y programa electoral no son diferentes a los que presentó el presidente en campaña. Todo pendiente de que dos personas se pongan de acuerdo. ¿Y por qué no lo hacen?
Es un caso más de un clásico de la teoría de juegos que se conoce como el dilema del prisionero. Dos jugadores –presidente y Congreso– tienen que elegir entre cooperación y enfrentamiento, y ambos optan por el enfrentamiento a pesar de que cooperando lograrían un mejor resultado para ambos y para el país. La pregunta es ¿por qué cada uno de ellos piensa individualmente que el enfrentamiento le beneficia?
Desde el gobierno, la opción pareciera ser emplazar al Congreso a apoyar sus acciones mediante el peso de la opinión pública y en caso extremo forzar dos mociones de confianza para disolver el Congreso y convocar nuevas elecciones. Pero no cuadra, primero porque, como explicaba ayer F. Rospigliosi en su columna en EC (En una burbuja), el gobierno no parece interiorizar que su aprobación va en descenso, y segundo porque los fujimoristas no van a caer en la trampa de dos censuras.
En cuanto a estos, es evidente que su agresividad frente al gobierno, que tan gráficamente caricaturizó ayer A. Bullard en su columna (Angry birds), también les resta puntos ante la opinión pública. Bien les haría enterrar el hacha del resentimiento y ofrecerse a cooperar con el gobierno para que los próximos cinco años sean de éxito económico y social. Al hacerlo, maximizarían las posibilidades de Keiko en 2021 ¿O es que hay prisa y alguien piensa en la quimera de la vacancia presidencial?
Los escenarios oníricos respectivos de disolución y vacancia son lo único que podría ayudar a entender el enfrentamiento actual. Pero ambos son escenarios demenciales, por lo que el enfrentamiento actual solo conduce a agravar la incertidumbre que, ante el pésimo entorno internacional, hará difícil la puesta en marcha del motor de la inversión privada, en caída ya tres años consecutivos. Y con el PBI al 3.7% pero con dos puntos prestados de las inversiones pasadas en minería, efecto que se disipa en dos años.
Las cosas funcionan si se arrima el hombro. Lo ha demostrado el ejercicio de negociación del presupuesto para 2017, entre dos personalidades fuertes –el ministro Thorne y la congresista Chacón– eso sí con los buenos oficios del congresista Olaechea. Este dilema del prisionero es de fácil resolución favorable: se sientan en la mesa de trabajo el presidente Kuczynski y Keiko y negocian un plan de trabajo para los próximos cinco años. ¿Quién da el primer paso?
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