“Si quieres resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”, es una frase que algunos atribuyen a Albert Einstein. Aprendemos de nuestros errores, pero los repetimos porque nos cuesta romper con los hábitos. Eso lo saben bien los banqueros centrales que desde hace un cuarto de siglo, y más desde la crisis de 2008, se resisten a retirar del mercado las abundantes emisiones de dinero que suministraron en momentos de crisis; salvado el bache siempre hay un buen pretexto para aplazar la normalización monetaria.
Voy y sumo las emisiones de los nueve principales bancos centrales y encuentro que, entre 2003 y 2007, la cifra se duplicó; en tanto que, de 2007 a 2016, se triplicó. Es decir, en trece años, la liquidez se multiplicó por seis. Es cierto que una parte de ese dinero no circula como en otros tiempos, porque tanto los bancos comerciales como el público ahorrador atesoran reservas, pero es indudable que hay un gigantesco exceso de liquidez y los excesos siempre pasan factura.
Si bien no ha habido inflación de notar en los precios de bienes y servicios, sí que la ha habido en el precio de los activos. La otra cara de la moneda del exceso de liquidez –y las bajísimas tasas de interés– es el precio estratosférico de una gran parte de los activos y el aumento de los niveles de deuda.
A pesar del desproporcionado estímulo monetario, la recuperación económica desde el 2009 ha sido raquítica. Nos encontramos en el octavo año desde el fin de la recesión y consumo e inversión de los países desarrollados de la OECD apenas han levantado 10% y 5%, respectivamente, sobre el punto más alto del ciclo anterior. En las tres recuperaciones previas tanto consumo como inversión ya habían aumentado 25% por estas fechas. El comercio mundial, por su parte, solo ha crecido al 2% anual cuando antes del 2008 crecía al 8%. De ser acelerador del PBI ha pasado a frenarlo.
Vivimos una sucesión de borracheras monetarias que acaban en resacas cada vez más duras. En 2001 reventó con la crisis de los dotcom y en 2008 con la de los derivados. Nadie sabe cómo saldremos de la actual, porque la escala del experimento monetario que vivimos desde el 2008 no tiene precedentes. El miedo a lo desconocido provoca inacción y postergación. ¿Hay que normalizar el mercado monetario? Sí, pero todavía no. Lo que recuerda a San Agustín cuando, siendo joven, pidió al Señor “hazme casto, pero todavía no”.
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