Abundo en el tema que me ha ocupado en las dos columnas anteriores. Son los bancos centrales los que emiten moneda. Lo hacen bien comprando títulos de deuda –normalmente pública aunque a veces también privada– o prestando el dinero al sector público o a los bancos. En un primer momento las emisiones monetarias provocan caídas en las tasas de interés y aumentos en el precio de los activos (acciones, bienes raíces, metales, etc.).
Como hemos visto en los últimos nueve años, ese “primer momento” puede durar mucho tiempo. En un “segundo momento”, las emisiones monetarias excesivas y persistentes siempre acaban en procesos de inflación galopante o incluso hiperinflación. La diferencia clave entre los países desarrollados y las economías emergentes es que en los desarrollados dicho “primer momento” puede ser largo, mientras que los emergentes es inevitablemente corto.
Para ilustrar en qué medida las emisiones monetarias de los últimos nueve años son una anomalía histórica, me he tomado la molestia de examinar la evolución de la tasa de interés del bono a diez años del Tesoro de Estados Unidos desde 1870 hasta hoy, es decir casi 150 años. Llego a un hallazgo curioso: desde 1870 hasta 2011, la tasa de interés siempre estuvo por encima del 2% con la excepción de durante cuatro meses: los dos últimos de 1940 y enero y febrero de 1941. Algo que ocurrió solo cuatro meses en un periodo de más de cien años es claramente una anomalía histórica.
Por aquel entonces ya estaba en curso la Segunda Guerra Mundial, pero los EE.UU. todavía no habían entrado a la contienda; eran, por tanto, el “safe heaven” indiscutible para aparcar el dinero; no es de extrañar que muchos capitales mundiales prefirieran poner el dinero en EE.UU. aunque la tasa fuera bajísima.
Desde setiembre del 2011 hasta hoy, en cambio, la tasa ha estado por debajo del 2% un total del veintinueve meses, es decir casi la mitad del tiempo. De manera que un fenómeno que hasta entonces era muy raro pasó a convertirse en algo normal. Lo que da una idea del grado de abuso de la política monetaria en que nos han embarcado.
Los banqueros centrales saben que si no normalizan la situación –retirando el exceso de dinero y subiendo las tasas– vamos de bruces hacia una nueva era de inflación; pero, al mismo tiempo, tienen miedo a una normalización rápida porque podrían resultar en una corrección abrupta del precio de los activos y provocar una nueva crisis financiera.
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