22.NOV Viernes, 2024
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Opinión

Después de mucho tiempo, he vuelto a leer a John Steinbeck. Como suele ocurrir con los escritores que se disfrutan en la adolescencia y que se dejan de frecuentar, temía experimentar una decepción. Sin embargo, el rescate de su obra que ha emprendido el sello español Navona, luego de que el autor estadounidense fuera confinado en una suerte de purgatorio literario, me animó a procurarme una novela suya que siempre había querido leer. Me refiero a Cannery Row, que apareció hace exactamente setenta años, al término de la Segunda Guerra Mundial.

En el momento de su muerte, en 1968, Steinbeck había pasado de moda. La sencillez de sus maneras de contar, su mirada franca y directa, su compromiso con los desheredados de la tierra, atributos que le habían granjeado una enorme popularidad, ya no llamaban la atención. Nuevos vientos soplaban en la narrativa, contaminada por el fenómeno de la posmodernidad. En 1962, cuando le otorgaron el Nobel, se habían alzado voces que cuestionaban sus méritos. Sin duda, sus aportes parecían limitados en comparación con los de un Dos Passos, por ejemplo, y sus últimos libros delataban cierta extenuación. Pero un escritor debe ser juzgado por sus aciertos y no por sus fracasos. En los años treinta, Steinbeck había sido uno de los novelistas que mejor había descrito la problemática social que atenazaba al pueblo norteamericano como consecuencia de la Gran Depresión. Prueba de ello era Las uvas de la ira (1939), una obra clave para comprender esa época aciaga y que conmocionó a toda una generación de lectores.

La mayor virtud de Steinbeck reside en su capacidad para crear personajes vívidos y entrañables, como aquellos desposeídos del sueño americano que luchan estoicamente contra la adversidad. En Cannery Row retrata a los pobres habitantes de los arrabales de las conserveras de pescado de Monterrey, en California, aunque elude los matices trágicos de su condición. Más bien, adopta un tono humorístico propio de la picaresca, a la vez que le insufla a la historia un desusado aliento lírico. Quizá sea una obra menor, pero se impone por su gracia y frescura. Steinbeck derrocha ingenio al contarnos las desventuras de sus simpáticos bribones, alegres comparsas de una parábola que transforma la miseria humana en un festín celestial.

Desde luego, no faltará quien diga que Steinbeck propone una filosofía elemental, un tanto ingenua, pero nadie puede negar la autenticidad de su visión. Como un artista que toma apuntes del natural, le basta unos cuantos trazos espontáneos y vigorosos para componer escenas vivaces y llenas de colorido, que resultan más intensas que el paisaje original. Cannery Row es una novela que escapa de su realismo habitual, una fábula deliciosa que muestra a un escritor vitalista en pleno dominio de sus facultades.


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