La exposición que Jaime Higa ha inaugurado en el Centro Cultural Peruano Japonés nos ofrece una oportunidad inmejorable para acceder a las letras niponas. El artista nikkei ha pintado interesantes retratos de un selecto conjunto de escritores japoneses del siglo XX, nómina que abarca desde Kawabata y Oé, ambos galardonados con el premio Nobel, hasta figuras recientes como Banana Yoshimoto y Murakami, pasando por Akutagawa, Tanizaki, Mishima, Endo y Abe, entre otros autores esenciales. Por supuesto, la muestra incluye a Osamu Dazai (1909-1948), un narrador legendario y maldito, cuya obra finalmente ha sido tomada en cuenta por las editoriales de lengua española, como lo prueban las recientes traducciones de sus libros.
Dazai estuvo marcado por la fatalidad desde temprana edad. Era el décimo hijo de una acaudalada familia de terratenientes y su crianza corrió a cargo de la servidumbre, lo que le generó un sentimiento de abandono y desarraigo. Su talento literario asomó en la escuela y fue un excelente alumno. Sin embargo, el suicidio de su ídolo, el escritor Ryunosuke Akutagawa, en 1927, lo precipitó en una bohemia decadente. A los veinte años, intentó matarse ingiriendo somníferos.
El joven díscolo entró en la Universidad Imperial para estudiar Literatura Francesa, mientras continuaba con su vida disipada. Cuando se escapó con la geisha Hatsuyo Oyama, fue expulsado de su hogar. Unos días después, quiso ahogarse en una playa, junto con una mesera de un bar. Si bien fue rescatado por un bote de pesca, su acompañante murió y Dazai se quedó abrumado por la culpa. No obstante, insistió en casarse con la geisha.
Al cabo de una etapa en la que se dedicó con entusiasmo a su vocación creativa, reincidió en sus excesos. Frustrado y deprimido, decidió ahorcarse, pero su tentativa falló. En 1936 tuvo que ser internado en un sanatorio mental debido a su adicción a la morfina. Cuando le dieron de alta, se enteró de una infidelidad cometida por su esposa y la persuadió para realizar un doble suicidio con narcóticos. La dosis resultó insuficiente. Y, como ninguno de los dos murió, optaron por divorciarse.
Entonces Japón le declaró la guerra a Estados Unidos. Aunque Dazai se libró de ser enrolado por estar enfermo de tuberculosis, el conflicto socavó su equilibrio emocional. Luego de la rendición, su dipsomanía se agudizó y acabó sumergido en una espiral autodestructiva que lo condujo a su quinto intento de suicidio, esta vez con una amante. Ataron sus cuerpos uno contra el otro y se arrojaron a una acequia de aguas turbulentas, donde perecieron ahogados.
Irónicamente, en este último periodo, trabajó más que nunca y publicó sus dos únicas novelas, que se convertirían en obras de culto. El sol que declina (1947) y Ya no humano (1948) son documentos magistrales sobre la angustia existencial que corroe al individuo que ha perdido su identidad. Sin duda, Osamu Dazai fue el escritor que mejor expresó el caos moral y espiritual que invadió a una generación de japoneses destrozados por la guerra.
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