¿Se ha dado cuenta usted de que terminamos el año con el mapa del territorio peruano un poquitín más grande? ¿Se ha percatado de que por fin la historia nos sonrió y no se tuvo que quemar ningún cartucho? ¿Ha pensado en que el fallo de La Haya ha ayudado a la autoestima nacional y quizá ayude a voltear, por fin, la página de nuestro antichilenismo?
En mi opinión, el personaje del año trabaja en el servicio de relaciones exteriores de nuestro gobierno. Sería injusto enlistar nombres cuando se trata de un equipo de hombres y mujeres que han logrado construir una de esas pocas islas de eficiencia de nuestra endeble burocracia estatal. Desde el equipo de La Haya hasta los funcionarios de nuestros consulados en el extranjero, el cuerpo diplomático peruano debería enorgullecernos. Trabajo silencioso –no exento de errores, por supuesto–, pero que, cuando llega a las primeras planas, lo más probable es que sea favorablemente.
La relación entre Perú y Chile debe ser el más complejo de nuestros asuntos externos y aún queda mucho por hacer. Recordemos que en el país sureño viven 200 mil compatriotas –la mayoría de baja instrucción– con los consecuentes problemas de informalidad y marginalidad. La semana pasada estuve en el abarrotado consulado peruano en Santiago y pude notar el profesionalismo con que se atiende al peruano emigrado. El futuro de nuestras relaciones con Chile no debería descuidar a estos sectores que, afortunadamente, cuentan con la atención de funcionarios con vocación de servicio.
Por eso, estimado lector, cuando pase por Torre Tagle, no estaría de más que se detenga a saludar a cualquier funcionario de nuestra Cancillería. A mi parecer, él es el personaje del año y muestra que no todo en el Estado está mal.
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