Cuentan que el sol y el viento discutían sobre cuál de ellos era el más poderoso. Pasaba el tiempo, y ninguno de los dos cedía. Un día, vieron a un hombre en el camino cubierto con un abrigo y se retaron: quien lograse quitarle el abrigo, ganaría.
El viento sopló y sopló, y el hombre se sujetaba el abrigo, cada vez con más fuerza. Enojado, el viento llamó a la lluvia y la nieve; el hombre, fastidiado, se cubría aún más.
Llegó el turno del sol. Comenzó a brillar y a calentar. Al poco rato, el hombre se quitó el saco y se lo puso al hombro.
Cada vez que el gobierno impone más trámites y controles para combatir la corrupción, está actuando como el viento: en lugar de extraer la corrupción, hace que esta se enquiste aún más: cada trámite se convierte en un escollo que se debe superar y, por ende, en una oportunidad de soborno y corrupción.
Asimismo, a mayor cantidad de leyes, más probable es que estas se superpongan, generen confusión y den espacio para interpretaciones discrecionales.
Ninguna ley puede competir con los valores cuando se trata de actuar correctamente. Lo que sí suele ocurrir, por el contrario, es que se castigue a funcionarios que actuaron correctamente. La sola percepción de que eso pueda darse aleja a personas idóneas de la función pública.
Corrupción es el “abuso del poder en beneficio propio”. El beneficio más buscado es el económico, pero no necesariamente es el único. De hecho, se sostiene que se debe agregar sexo y poder. Y pueden darse las tres simultáneamente, como ocurriera con Montesinos y, según parece, ahora con el contralor.
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