Dicen que el poder es deseado, adictivo y hasta sensual. La lucha por alcanzarlo suele ser brutal, sin importar que sea con uso de armamento o en elecciones democráticas.
La motivación para acceder al poder también va de extremo a extremo: desde el genuino deseo de mejorar las condiciones de otros, hasta el afán de enriquecimiento, la impunidad, la sensación de superioridad o el goce del poder por el poder mismo.
En el mejor de los casos, el poder viene acompañado de una gran responsabilidad. En el peor, se acompaña de la oportunidad de lograr beneficios propios que de otra manera no serían asequibles. En este último caso, el riesgo que se genera cuando se pierde el poder hace que quienes lo detentan se aferren al mismo. Miremos a Nicolás Maduro en Venezuela como el ejemplo más evidente; aunque no es el único.
A la luz de las acusaciones presentadas contra ellos, la intención del Partido Nacionalista de permanecer en el poder podría tener algo de esto.
La prisión preventiva del ex presidente Ollanta Humala y su esposa ha generado incomodidad en muchos; pero intuyo que ellos mismos, en algún momento, deben haber reflexionado sobre lo que hicieron a la familia del presidente Fujimori mientras detentaban el poder: retarlos a pedir formalmente el indulto, generando esperanzas a un hombre enfermo y preso, para luego denegar el pedido.
Es verdad que el mundo da muchas vueltas, aunque no es necesariamente cierto (lamentablemente) que estas vueltas traigan consecuencias sobre nuestras acciones, buenas o malas. Pero a veces ocurre…
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