¡Qué divertido es el Perú! Lástima que el espectáculo nos cueste tan caro. La población continúa esperando el inicio del círculo virtuoso que el gobierno ofreció a partir del incremento de la inversión: más inversión – mayor crecimiento – más empleo – más ingresos – más consumo y bienestar – más inversión…
Hace un par de semanas hice un cálculo grueso de lo que podría haberle costado al Perú la corrupción institucionalizada de Odebrecht y compañía. La cifra estimada era de 2,500 millones, pero esta cifra podría seguir aumentando si no logramos separar el daño causado por la corrupción de la necesidad de crear infraestructura para beneficio de la población.
Las siempre lucidas (no es esdrújula) congresistas de cualquier bancada y otros políticos de cualquier agrupación han empezado a satanizar las concesiones u obras hechas en asociación con el sector privado como si fuera la modalidad de ejecución y no determinadas empresas y ciertos funcionarios los responsables de los actos de corrupción.
La primera mala noticia es que para eliminar la pobreza (de verdad y no con los paliativos temporales de los programas sociales), se necesita que se ejecuten proyectos de irrigación, carreteras, puertos, aeropuertos, hospitales y escuelas. La segunda es que también hay corrupción (¡y quién sabe si no más!) en la obra pública. Aunque haya logrado alcanzar un grado de maestría o doctorado, la corrupción no nace con Odebrecht.
Tampoco debemos olvidar que la corrupción requiere que alguien dé y que otro, en el Estado, pida o reciba. Se tiene que investigar, conseguir pruebas, recuperar lo máximo posible, y castigar a los culpables; pero esta agenda no puede ser la única, eliminando la agenda que tendríamos que estar trabajando para llegar a ese Perú que queremos para el 2021. A lo mejor a la bancada mayoritaria le interesa echar una mano.
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