21.NOV Jueves, 2024
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Opinión

Cuando escuché a mi interlocutor hablar del problema de “proyectos embalsamados”, casi lo corrijo. Afortunadamente no lo hice porque me di cuenta de que ese era el término correcto y no el de “proyectos embalsados” como ingenuamente creía.

Cuando hay un embalse, basta con abrir compuertas o levantar barreras fácilmente identificables para restablecer el flujo. Esto es lo que se esperaba que ocurriera cuando el nuevo gobierno asumió funciones con la prioridad de reactivar los proyectos paralizados por muchos años. La desagradable sorpresa fue que las compuertas estaban trabadas y que las barreras se fortalecían o autorregeneraban ante cualquier intento de eliminación. Por eso lo de ‘embalsamados’.

Resulta que, aunque algo deteriorados pero con apariencia de estar completos, lo que se ha encontrado no solo no tiene vida, sino que lleva mucho tiempo así, envuelto en capas ocultando la dimensión de lo que hay. También ha habido un minucioso tratamiento para eliminar y extraer todos los órganos que podrían explicar el funcionamiento. No se trata de desembalsar, sino de “desembalsamar”.

Mientras ello no ocurra, no solo se afecta el flujo de inversión, sino que se limita la oportunidad de desarrollo de millones de peruanos que requieren carreteras, servicios de agua y desagüe, proyectos de transporte urbano masivo, irrigación y electrificación, de inclusión digital, de servicios de salud y educación.

La tarea es compleja pero se complica más cuando, ante cada avance, aparecen nuevos problemas y cuando los embalsamadores luchan por proteger “su obra” argumentando temor de despertar a los espíritus vengativos de la Contraloría.

¿Por qué no hay un “espíritu bueno” que proteja a quien avanza y castigue la traba de los proyectos que todos sabemos que el Perú requiere? Por algo existen los “pecados de omisión”.


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