Estos dos anglicismos –sobre todo el primero– se han convertido en moneda corriente en el vocabulario de la opinología nacional. Su uso extendido para catalogar a cualquier político es, sin embargo, frecuentemente errado. Bajo tal designio, se ha dicho que el ex ministro Urresti será el outsider del 2016 o que el aprista Cornejo lo fue en las elecciones municipales. Procedamos a una breve lección politológica.
Un outsider es alguien nuevo en política, cuyo prestigio y capital provienen regularmente de una esfera distinta a la gestión pública: la farándula (Belmont en 1989), la cultura (Vargas Llosa en 1990) o la actividad militar (Humala en 2006). Por lo tanto, quienes han sido funcionarios públicos (Urresti, Cornejo, PPK) no son outsiders. Los debutantes en política también pertenecen a esta categoría si cumplen la condición de fundar un nuevo partido o vehículo electoral (Fujimori en 1990, Toledo en 1995). Además, se es outsider una sola vez en la vida; al segundo intento ya se forma parte del “elenco de presidenciables” (Humala en el 2011).
Por otro lado, un anti-establishment es aquel que se opone al sistema de poder vigente, siendo este sistema partidario o fáctico. Dicha oposición puede contraponerse al “sistema económico” (Humala en el 2006) o al “sistema político” (Fujimori en 1990). Así, el Apra fue el primer partido antisistema en la historia peruana.
Se puede ser outsider y antisistema al mismo tiempo (Fujimori y Humala), o ser outsider pro-sistema (Vargas Llosa, ¿Gastón?). Se puede ser, incluso, insider antisistema (Urresti). Este último caso, a pesar de su pasado ministerial, se construyó siendo opositor a quienes sustentan los hilos de poder en el Perú (aprismo, fujimorismo y “dioses del periodismo”).
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