Otoño de 1997. La destitución de tres magistrados del Tribunal Constitucional inició una ola de movilización estudiantil contra el régimen autoritario de Fujimori. La espontaneidad, frescura y agallas de las protestas juveniles –paralelas a las de sindicatos tradicionales y frentes regionales– generaron ilusión respecto a la conjeturada generación “X”, calificada de apolítica y frívola. Las calles mostraron entonces lugar para la esperanza de renovación política; sensación similar a la actual resaca post-‘Pulpín’. Pero ¿qué fue de esa promisoria generación? ¿Qué de aquellas jóvenes promesas galardonadas y apapachadas por activistas e intelectuales?
Recordemos tres casos de quienes siguieron el camino de la política (otros optaron por el periodismo y la academia). Martín del Pomar, bajo las filas de Unidad Nacional, fue elegido alcalde de Barranco y perdió la reelección al verse envuelto en acusaciones de corrupción. El ex Patria Roja, Yomar Meléndez, hasta hace poco colaborador de la ex alcaldesa Villarán, no fue elegido regidor metropolitano. El aprista Javier Morán, reiteradamente frustrado candidato al Congreso, funge como operador político en zonas marginales de la capital. La realidad ha hecho naufragar el empeño: un sistema partidario colapsado, la precariedad y desprestigio de la actividad política y la ausencia de patrones de carrera política han sido sólidos obstáculos para las ya trajinadas (ex) jóvenes promesas. A la mayoría, el otoño político parece haberles llegado anticipadamente. Critico el excesivo optimismo de ciertos sectores respecto a la actual generación ‘Pulpín’ porque, como demuestran los antecedentes, la voluntad política halla rápido sus límites. “Renovar la política” es más complicado.
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