Mantener el ritmo de la protesta no es sencillo, sobre todo si el tejido social es débil como en Perú. Sin partidos enraizados (ni oficialistas ni opositores), gremios representativos ni bases activas es difícil convertir a la calle en la principal fuente de presión frente a políticas consideradas injustas. A pesar de estas barreras, hoy se llevará a cabo la cuarta marcha anti-‘ley Pulpín’. ¿Cuál es el horizonte de esta estrategia de lucha opuesta a la reforma laboral del gobierno?
La indignación sola no basta; y movilizar a jóvenes informales es más arduo (como bien diagnostica el primer opinólogo de la nación: “No tienen tiempo para marchar”). Sin embargo, la intransigencia del gobierno, sus representantes y sus aliados ideológicos (¿hay algo más soberbio que un tecnócrata pro business y antipolítico en medios influyentes?), respecto a la ‘ley Pulpín’, provocan un ánimo contencioso. Combustible que ha permitido avanzar en articulación a las federaciones estudiantiles y sindicales, a las que se han sumado colectivos ordenados por zonas (14 en Lima) que han gestado reuniones y piquetes informativos, algunos reprimidos por la Policía, como el de anteayer en Los Jardines (SJL).
El problema, sin embargo, es que la gran mayoría de jóvenes son antipartido. Si los cuadros de grupos izquierdistas (usted, eterno ‘dirigente juvenil’) toman el protagonismo de estas movidas (reproduciendo anticuerpos, taras e intereses particulares), ahuyentarán la refrescante y debutante participación. La organización es el medio; el fin es llegar políticamente al joven independiente, informal, desmovilizado porque él es el portador de la espontaneidad. Si estos dos frentes dialogan –la organización y la espontaneidad–, la calle podría ganar una vez más.
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