22.NOV Viernes, 2024
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Opinión

El restablecimiento de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba es, sin lugar a dudas, la noticia del año y quizá una de las más importantes para el futuro. Porque puede ser el inicio de la integración de la sociedad cubana a la globalización. Hasta ayer, el reloj de la historia estaba detenido en la isla. Recién ahora empieza a andar. Es un gran cambio, motivo de celebración, pero a nivel político muy poco podría cambiar.

La medida es un ‘win-win’ para los gobiernos involucrados. Barack Obama recupera la iniciativa política en materia internacional, cumple con su elector promedio y quita cuerpo a una ‘papa caliente’: Alan Gross, el estadounidense liberado, había anunciado una huelga de hambre que lo devolvería a su patria o le causaría la muerte. Al final venció. Por otro lado, ya como presidente de salida, Obama no tenía nada que perder. La oposición republicana latina radical va perdiendo sustento conforme evolucionan las cifras demográficas. Los demócratas más ‘progres’ desempolvan sus camisetas de “Hope”.

Del otro lado, Raúl Castro consigue un logro histórico: el retorno en vida –prometido por su hermano Fidel– de los agentes cubanos capturados en Estados Unidos. Además, subraya su prestigio ‘reformista’ y genera el ingreso de recursos económicos que alivien un poco la paupérrima situación interna. Mantiene la polarización política con su principal rival (el exilio de Miami) y continúa ejerciendo el control de las emociones del pueblo caribeño. Sin embargo, no hay que perder de vista lo fundamental: Cuba sigue gobernada por una dictadura postotalitaria. Y mientras el régimen comunista se mantenga, cualquier tipo de liberalización –económica o inclusive política– es controlada a placer de sus intereses.


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