En las últimas semanas se ha criticado la agresión sistemática tuitera de Daniel Urresti a las principales figuras de la oposición. Son vergonzosos los trinos ministeriales, dignos de un ‘troll’, un acosador 2.0 y no de un miembro de un gabinete. Representantes de la sociedad civil han hecho llamados a la cordura, incluso ‘especialistas’ se han animado a ensayar “criterios para el debate político en redes sociales” (¿no es acaso más recomendable exigir el cumplimiento de las regulaciones vigentes antes que descubrir la pólvora?). Estas preocupaciones me parecen loables, pero opaca una pregunta de fondo: ¿no es la podredumbre de las redes sociales reflejo de sus usuarios?
Fíjese nomás en qué se ha convertido la encarnizada batalla de los principales medios peruanos por visitas a sus webs. Cada vez hay menos información relevante y más frivolidad. La tendencia indica que pronto los portales de ‘noticias’ estarán repletos de consejos sexuales, Instagram de modelos y la última idiotez convertida en viral de YouTube.
Fíjese también en quiénes son los ‘gurúes’ del espacio virtual peruano: mercaderes de la superficialidad que se embadurnan de seguidores, con la finalidad de legitimarse y promover agendas particulares. Elevarlos al estatus de “formadores de opinión” es un tiro a los pies; es una loa a la mediocridad.
Fíjese finalmente en usted, estimado usuario de Facebook o Twitter. ¿Se da cuenta de a quién sigue y retuitea? ¿Es usted un ejemplar ciudadano, ponderado, que promueve un debate alturado en vez de darle ‘favs’ a chismes, especulaciones, calumnias y mentiras disfrazadas de análisis? No, yo tampoco me salvo; pero me parece cínico exigir un intercambio tuitero eminente, contribuyendo a tanta basura virtual.
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