09.MAY Jueves, 2024
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Opinión

Los electores debemos ver el proceso electoral del próximo 5 de octubre no solo como una oportunidad de elegir autoridades y mejorar la gestión de nuestros distritos, provincias o regiones, sino como un aprendizaje.

Alfonso Baella Herrera,Uso de la palabra
Comunicador

Los electores debemos ver el proceso electoral del próximo 5 de octubre no solo como una oportunidad de elegir autoridades y mejorar la gestión de nuestros distritos, provincias o regiones, sino como un aprendizaje. Por lo tanto, así como exigimos, seamos capaces de hacer nuestra tarea. Es decir, como ejercicio responsable de ciudadanía, seamos críticos, analíticos y exigentes con los candidatos y sus propuestas.

Para serlo, es indispensable salir del cúmulo y de la jungla de lo intrascendente. Hay que ver más allá de aquello que nos muestran los candidatos e inclusive avanzar sobre lo que revelan los medios. No nos quedemos con la publicidad ni con los titulares. No caigamos en el juego de creer que lo que debemos elegir es una campaña en lugar de una idea o un equipo. No privilegiemos el panel, el eslogan, el volante o el baile, sobre el programa de gobierno, la experiencia, la credibilidad, y sobre el carácter y personalidad de quien aspira a ese mandato.

Si un proceso democrático de elección de autoridades no se toma con la seriedad y la trascendencia que tiene, si no reflexionamos y valoramos la verdadera repercusión de elegir bien y si no actuamos con la responsabilidad que sí exigimos a los candidatos, entonces ¿por qué quejarnos si a la postre se produce frustración, se comprueba incapacidad o inclusive si evidenciamos corrupción? ¿Por qué, en lugar de estar listos para el lamento apenas una nueva autoridad es elegida, no empezamos antes, precisamente, eligiendo bien?

Pensemos bien nuestro voto. Ya hay varios candidatos a alcaldes y presidentes regionales una buena parte que van a la reelección que a estas alturas tienen casi cantado su triunfo por las encuestadoras, pero cuya preferencia no se basa en virtudes, menos en ideas o planes que sacarán a sus comunidades de la postergación, sino en maquinarias millonarias, en ‘márketing político’ y en el uso o abuso del poder.

La política, cuando se ve como negocio, nos convierte a los votantes en cómplices si no somos capaces de reaccionar a la parafernalia, a la liturgia, a la dádiva o al show. Si creemos que el pisco y la butifarra de ayer, o el polo, el gorrito y la cancioncita de hoy hacen la diferencia, estamos muertos. Ideas, liderazgo, prestigio, honestidad y decencia son lo que debemos exigir, pero con convicción. No convirtamos el acto electoral en la elección de las campañas sobre las ideas. Después, no nos lamentemos.


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