Carlos Meléndez,Persiana Americana
En julio pasado sucedió un milagro: las empresas pesqueras pudieron capturar sus cuotas de pesca gracias a la prórroga de temporada que concedió el Gobierno. Se sospecha que Cecilia Blume –abogada, asesora, columnista y “amiga”– tenga algo que ver con la prodigiosa multiplicación de los peces. Algunos correos hackeados al exPCM Cornejo levantan ese recelo.
En su columna de ayer en La República, Martín Tanaka explica la percepción generalizada de “argollas” alrededor del Estado. Cuando los profesionales que toman decisiones en el sector privado y público, académicos y periodistas comparten espacios de socialización cotidiana, el amiguismo se expande. Así, la vitalidad de la GCU tergiversa los intereses públicos, filtrando influencias particulares sin el reparo de estar haciendo algo malo.
A este diagnóstico habría que agregar dos aspectos. Primero, que los límites borrosos entre la gestión pública, los negocios y la amistad de baby shower son propios de sociedades pre-modernas. Enviar un e-mail con sugerencias a un ministro puede ser cool, pero demuestra la debilidad del Estado –reducido, básicamente, a la ‘chacra’ de unos cuantos–. Segundo, que así se reproduce un esquema de influencia desigual que atisba la brecha social entre poderosos y marginales. Mientras para algunos el MEF está al alcance de un click; otros tienen que invertir en la lucha callejera para, con suerte, tener cinco minutos en la agenda del “servidor público”.
En esta sociedad, la capacidad de hacer ‘milagros’ discrimina. Por eso, sugiero comprender la protesta social, también, como el ‘lobby de los pobres’. No como una manifestación de desquiciados y resentidos; sino como respuesta a la discriminación institucionalizada de la gestión de intereses.
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