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Opinión

El ministro está a la altura de la misión encomendada. El propósito político de su fajín es ser ministro de la guerra contra apristas y fujimoristas.

Ricardo Vásquez Kunze,Desayuno con diamantes
Pedro Cateriano, ministro de Defensa, estuvo esta última semana en el ojo de la tormenta. Por ser una persona de la confianza del presidente de la República, según dijo el ministro con toda claridad para quien quisiera escucharlo, el desgraciado exviceministro de Interior del caso López Meneses terminó agraciado en su ministerio jurando, en una ceremonia inédita, el cargo de viceministro de Políticas para la Defensa.

El argumento para esta polémica designación política con miras a la opinión pública, más allá de la decisiva confianza del presidente, es que el señor Vega Loncharich es un genio sin cuyo arte y parte sería imposible ganar la guerra que el Estado sostiene contra el narcotráfico en el VRAEM. Así puestas las cosas de brillante, debería ser un verdadero orgullo para los civiles que el señor Vega Loncharich no haya sido el militar victorioso que todos andábamos buscando para poner a raya a los narcoterroristas. Pero también es una lástima que, dadas semejantes referencias de súper competencias para la guerra y la paz, no sea él el ministro exitoso capaz de proporcionarnos la seguridad interna que hoy todos anhelamos.

Lo cierto es que por más genio que sea, el controvertido señor Vega llega al ministerio del señor Cateriano en mal momento dado el cómo y el porqué de su flamante encargo. En otras palabras, el nuevo viceministro viene a complicarle la vida al ministro. Cosa que al ministro parece importarle un bledo. ¿Por qué alguien como Cateriano, con luces políticas nada deleznables, se aseguraría una posición tan incómoda para la función propia del buen desempeño político de su ministerio?

La respuesta la ha dado Cateriano muchas veces, pero tal vez no tan alta como para no dejar dudas como la que afirmó esta semana en la Comisión de Defensa del Congreso, donde fue citado para que explique las recientes compras militares de su sector. Allí, Cateriano le dijo la vela verde a fujimoristas presentes y apristas ausentes, con nombres y apellidos y “hechos objetivos de la Historia del Perú”. En una trifulca verbal sin precedentes para un ministro, Cateriano dejó claro que está en guerra y con quiénes. Como se trata de un frente con la segunda fuerza política nacional por su tamaño, y de otro con la primera por su sagacidad, la pregunta sigue siendo si a Cateriano le interesa la viabilidad política de su ministerio.

Y no; no le interesa. En otras palabras, el ministro no está pensando en función del Ministerio de Defensa. Si lo hiciera no se habría dejado imponer una mochila tan pesada como la del señor Vega Loncharich, por más confianza que tenga del presidente que, en todo caso, debería privilegiar la que guarda por Cateriano. Tampoco habría hecho imposible un entendimiento con los actores políticos más importantes de la oposición, sin cuya neutralidad es muy difícil llevar a cabo una gestión políticamente conveniente para cualquier ministerio.
Entonces, ¿cuál es la función del ministro Cateriano si no es ser ministro de Defensa? Resulta obvio a estas alturas que quienes quedábamos perplejos por su accionar belicoso, solicitándole deponer sus ojerizas personales y ponerse a la altura del cargo estábamos completamente equivocados. El ministro está a la altura de la misión encomendada. El propósito político de su fajín es ser ministro de la guerra contra apristas y fujimoristas. Es una lástima que en ello se lleva de encuentro a la defensa nacional en la presidencia de un excomandante.


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