Juan Claudio Lechín,Desde New York
Analista político
Cuando un país tiene una institucionalidad política débil, las minorías organizadas son las que deciden, y no las mayorías. Recordemos Conga. Durante el primer paro, la mayoría del pueblo cajamarquino apoyaba a las mineras, pero una minoría organizada clausuró el proyecto.
He leído varios artículos sobre este 60% de apoyo, y en casi todos se apela a que el Estado “debe hacer tal o cual cosa” para garantizar la minería y la prosperidad que deja. ¡El Estado! Pero si es sabido que hay crisis del sistema de partidos, de representatividad, de instituciones, entonces ¿cómo se le puede otorgar a un doliente las atribuciones de un cuerpo atlético?
Ensayo algunas explicaciones. Una es la ensoñación utópica tan atesorada por el latinoamericano, donde el ideal es superior a la realidad. “¡El Che murió por sus ideales!”, y, ahora “el Estado ideal debe hacer tal o cual cosa”. Aunque secular, se trata de una lógica religiosa y… alcohólica: Un borracho entró a una propiedad donde había un feroz toro de lidia, pero vio a dos, un toro que era y otro que no era. Empezó a correr y vio dos árboles, uno que era y otro que no era. Se subió al árbol que no era y lo agarró el toro que era. Y así, por apelar a un Estado que no es, nos agarrará el toro que es.
Al adjudicarle al Estado tareas que no puede o no quiere asumir, también hay un desentenderse de responsabilidades. Es cierto que el Estado debería proteger las inversiones mineras, pero si ni siquiera detiene al crimen callejero, ¿podrá detener a un movimiento social con una agenda radical?, ¿querrá hacerlo?
Muchas instituciones suplen las tareas que un Estado débil no hace: ONGs, responsabilidad social empresarial, cooperación de países ricos y, sobre todo, un país pobrísimo que provee: ocho mil médicos cubanos, cinco mil profesores cubanos, dos mil asesores deportivos cubanos y la beca 18 a Cuba. Sí, en lo ideal, el Estado debería hacer tal o cual cosa, pero en la realidad el vacío estatal lo llena alguien.
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