Los proyectos de ley últimamente no buscan el bienestar, buscan la controversia. Y quizás no solo los de ley, también los de infraestructura, los educativos, incluso los de la reconstrucción, aunque en este campo ha habido consenso gracias a que hay conciencia de lo cruel que sería postergarlo por divergencias políticas. Aplausos para nosotros. Lo triste es que seguimos careándonos, pechándonos cuando nos encontramos yendo en direcciones opuestas, buscando quién pasa primero por la calle estrecha, tanto que al final nadie puede pasar. Y creo que no crecemos nada con eso. Una comunidad de gente que solo se enfrenta no camina, siempre está reparando torpezas, bloqueando pasos, denunciando, juzgando, señalando y, en el mejor de los casos, disculpándose. En consecuencia no somos libres, más bien andamos con mucho temor a volver a echarlo todo a perder.
La película Avenida Larco es un musical sobre la juventud limeña de Miraflores pero también del Agustino, vivida en época de apagones, coches bombas y rock. Los ochentas eran pop en muchas partes del mundo, pero en Lima éramos rockeros. Estábamos molestos y asustados, de modo que era imperativo samaquear micrófonos, tarolas y guitarras eléctricas. Avenida Larco ficciona en muchos aspectos, de hecho un amigo baterista de esa generación dice que no iban chicas a ver tocar a las bandas de rock, y menos con pinta de modelos. Pero es verdad que podíamos pasar la noche fuera porque nos agarraba la prohibición de movilizarnos por las calles. Es verdad que al día siguiente nuestros padres nos esperaban con la cara desencajada porque no teníamos celulares y no sabían si habíamos dormido fuera o nos habían matado simplemente. Esto pasaba en Lima, es cierto, pero ocurrió. Y al margen del contenido de ficción de la película, lo que no es discutible es que estábamos en guerra, entre dos bandos, entre dos fuegos, uno totalmente equivocado en su violencia y otro obligado a contraatacarla, o estás conmigo o estás contra mí… Eso tiene que quedar atrás.
El musical muestra una esperanza, una juventud que arriesga su vida, tocando y escuchando rock en vivo, una que no quiere estar ni con Sendero Luminoso ni con el Ejército. Dos bandos que por obligación, pero además por pobreza, hastío, resentimiento y abandono, se dedicaron a matar. Matarse. Matarnos. En ese corredor de balas, obviamente, murió mucha gente que no quería estar en el enfrentamiento. El film tiene un mensaje final en su dedicatoria: Por un país libre, justo, unido. La última palabra resplandece hasta el final, sintetizando la historia en un mensaje urgente para el Perú: Unido.
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