El viernes pasado, como cada día que me da la gana porque mi papi no es un preso cualquiera, fui a visitarlo. Lo encontré un poco más positivo, pues ya habían metido a la cana al capitán y es chévere no ser el único. Antes de irme pensé en el nuevo inquilino y pedí verlo. Como soy el niño congresista más simpático del Perú, me abrieron. El capitán estaba con su abogado, buscando opciones que lo libren de ser injustamente condenado por matar a terrucos que no eran terrucos (siempre lo mismo).
Al pobre capitán le faltaba todo, recordemos que buena parte de su clan también está guardado, y que el viejo malísimo de su papá le ha recomendado que mejor se haga harakiri. Entonces volví a la celda de mi papi, quien se compadeció y me dio yucas de su huerta rellenas con queso, que él mismo cosechó y preparó, unas sayonaras y un kimono para que el capi no tenga que salir calato de la ducha, pero antes me aconsejó que no le dijera a mi hermana Oyuki lo de las yucas, porque la china es un poco mezquina.
El capitán y yo hablamos varias horas, él me contó cómo le habían hecho bullying por serrano en su colegio japonés y yo le dije que a mí me habían hecho lo mismo por japonés en un colegio de serranos, o algo así, pero que igual salimos adelante. Él con su karate, yo con mi jiu jitsu, y luego ambos fuimos aprendiendo que, si con esas no entienden, también puede caerles su plomo y ¡pum! Hablamos de literatura, le ofrecí llevarle libros ahora que estamos de feria, y le he comprado una colección bravaza, entre ellos: “Cómo hacer tus necesidades en el monte” de Kathleen Meyer, “Todo lo que quiero hacer es ilegal” de Joel Salatin, “Todo lo que sé de las mujeres lo aprendí con mi tractor” de Roger Weelsch, y “Cómo renunciar por fax” y “Cultiva tus propias yucas bajo techo” de Kenya Yukimori.
Y es que en este país tan violento elegir el odio es muy fácil. Pero yo no guardo rencores, no como la pesada de Oyuki, que ya no sé qué le molesta más: si lo chévere que escribo, o la foto que me tomé con Nancy, o que no le haya dado el único voto que le faltaba para ganarle a mi tío Pedro Pablo, o que me haya reído en el desayuno electoral cuando le dio la tostada quemada al pavo del gringo, o que mi papi me defienda ahora que me ha castigado 60 días sin ir al circo.
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