Vengo de ver la alucinante (esa es la única palabra posible, me perdonarán) revolución de la mandarina en la costa peruana. Estamos criando, cosechando, empacando y exportando millones de kilos de mandarina que se van, sobre todo, a Europa, Estados Unidos y en los últimos años también China. Esto genera decenas de miles de empleos temporales y miles de empleos permanentes, con una mayoría visible de mujeres. En Chincha, como en Chao, he visto una interminable producción de mandarinas que en estos días de Fiestas Patrias no para, continúa pagándole a la gente que decide chambear en su feriado, y sigue. No puede parar. Tiene una fila de camiones esperando que el producto sea cargado en sus tolvas para ser llevado a puertos, a barcos y al resto del mundo. Desde el Alto Larán hasta Pekín, el negocio exige mantener una cadena de frío, la mandarina viaja todo el tiempo como si estuviera dentro de un refrigerador. Un solo árbol peruano de menos de 5 años, si se le nutre y se le mantiene sano, llega a tener 2 mil mandarinas colgadas de sus ramas. Me he comido unas 20 en estos días, no tienen pepa, son dulces, fáciles de pelar, algunas más bonitas que otras pero todas deliciosas. Me he curado de gripes, he calmado la sed y las ansias de dulces, he disfrutado. Me he sentido orgullosa del Perú, como siempre.
Ahora estoy en Lima, viendo el discurso presidencial y pensando mucho en nuestra riqueza. Por eso, me gusta que empiece con un tributo a nuestros héroes contemporáneos, y me alegra que estos héroes ya no provengan de guerras. Hemos visto recibir aplausos a rescatistas, bomberos, doctores, empresarios privados, gestores de cultura. El gobernante se compromete con las mujeres a defender sus derechos, condena la corrupción, anuncia mejoras económicas para los bomberos, bien. Eso me alegra, pero también me asusta que, cuando habla de la reconstrucción, no menciona el compromiso de ser ambientalmente responsables.
La naturaleza, el pedazo de planeta que nos ha tocado, otorga y quita, crea y destruye, es su ser. Aquí hay más nevados tropicales que en cualquier otro país. El 70%, para ser más exactos. Tendríamos que ser los reyes del agua. Pero también hay furia en nuestra geografía, y esa furia nos recuerda que somos solo humanos y que el que menos tiene lo va a pasar peor de todas maneras, pero la gente más rica no la tiene garantizada esta vez. Adoro el Perú porque esa poderosa geografía está llena de biodiversidad, y porque en esa biodiversidad estamos también los humanos.
(A propósito: ¿quién carajo es el dios de Jacob?).
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