Miro y vuelvo a mirar a la ex candidata gritándoles, a quienes pensaban que estaba deprimida, que eso es de perdedores. Más allá de la reacción, políticamente correcta, de los que acusan el contenido discriminatorio de sus palabras, lo que me llama la atención es su expresión corporal. Me fijo en su ceño fruncido, en sus cachetes inflamados, en ese cuerpo que arremete y pechea como gallo de pelea con cada palabra, en esa voz tan parecida a la del estereotipo de mujer malvada de Disney, como la guapísima Maléfica cuando pierde poderes.
Deprimida no está, pese a que según su propia visión de la vida sí le correspondería estarlo por ser, oficialmente, la perdedora de los últimos comicios. Pero eso es lo de menos. ¿No sería más edificante aceptarlo y continuar trabajando por lo que supuestamente quiere: el desarrollo y la paz de su país?
La ex candidata tiene millones de seguidores, pues fue perdedora por un margen insignificante. La mitad del Perú votó por ella. De modo que derrochar ira y sed de venganza es animar a quienes la siguen a tener ese mismo comportamiento hacia el país. Y esa mala influencia se refleja, de la manera más extraña, en las redes sociales. Si criticamos a un periodista por discriminar a los shipibos de Cantagallo, salta un fujimorista inmediatamente a llamarnos mermeleros o cosas así de raras. Si decimos que lamentamos el triunfo de Trump por xenófobo y aplastador de los más débiles, salta otro fujimorista a insultarnos, a matar al mensajero, sin argumentos. Lo mismo si hablamos de igualdad, de la Comisión de la Verdad, etcétera. Somos unos despreciables caviares, cosa que no sé qué significa ni me interesa, otro insulto rarísimo.
Aristóteles decía que la ira es necesaria y comparto esa visión. Indignarnos por modelos que queremos cambiar, por injusticias, por abusos… Si esa emoción genera que trabajemos duro para tener el país que queremos, entonces es muy sana. Y aquí el detalle: la ex candidata solo dispara, pero su hacer no es consecuente con su ser. ¿Por qué entonces no la vemos trabajar por ese país que supuestamente ama? No haber ganado las elecciones no es una limitación para hacer obra social, y en el Perú la necesitamos a gritos. ¿Qué tal unos cocteles pro fondos, como los que hacía cuando quería ganar las elecciones, pero ahora para ayudar a los peruanos de Cantagallo? ¿O darse una vuelta por la Teletón y animar, a los millones que la siguen, a apoyar a esos niños que tanto lo necesitan? Lo demás es ruido.
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