En la selva amazónica aprendí que un murciélago pequeño llamado vampiro puede transmitirte rabia tan solo mordiéndote un dedo del pie, cosa que tú puedes confundir con una picadura de zancudo. Nunca tuve esa desdicha pese a que dormía sin mosquitero, pero supe que si te transmiten rabia y no logras vacunarte morirás y que esa enfermedad nos enloquece en su última etapa. También me enseñó la selva que la alegría es un estado natural y que el dolor se vive, pero luego se bota. Por eso los chamanes escupen, soplan y cantan, por todo lo que hay que lanzar lejos de uno. Fuera.
Un llamero que vive a cinco mil metros sobre el nivel del mar, en Cusco, me enseñó que siempre hay una llama líder y que a esta se la reconoce desde que está tiernita, pues camina con altivez, quiere que la adornen con lanas de colores, es creidita. Luego, cuando se convierte en animal de arrieros, ella carga cuatro horas y luego se sienta, se arrodilla y eso fue todo, no trabajará más, habrá que pasarle su carga a otra llama. Una llama es un animal orgulloso y libre. Y eso también es el llamero, pero él además es humilde, sabio y con una mirada dulce de respeto. A la tierra primero, dice antes de tomar chicha y vierte un poco sobre el pasto. La reciprocidad es innegociable, yo te doy, tú me das, yo te ayudo, tú me ayudas.
Con los pescadores de Chorrillos aprendí que el mar es parte de ellos y que a ellos ya no los puede conquistar nadie “porque el mar ya nos conquistó”. Esto, que dicho así puede sonar raro, también es un canto de libertad. Los hombres fuertes y bronceados que hablaban así pescaron un perico y lo transformaron en un ceviche en el bote, cinco minutos después, fresquísimo, en el que todos metimos la cuchara. De una bolsa sacaron rocoto, cebolla, limón y sal. El resto lo puso el mar peruano, ese tremendo conquistador. Todo está compensado en la vida, quejarse sería lamento, aunque sea de lo que tenemos comemos, dijeron. Y no se quejaron de nada. En la costa comer rico es ser feliz. En todo el Perú lo es.
No puedo estar más agradecida. Hemos nacido en un país auténtico y libre, mucho más antiguo que la historia republicana. Tenemos muchísimo que perder si no sabemos jugar limpio. Me fijo menos en el discurso del nuevo presidente o en el de sus contrincantes oficiales y me enfoco más en lo que yo quiero para mi país, pues lo conozco y lo amo con todo mi corazón. Me siento afortunada por todo lo que somos y tenemos. Pobreza hay, me queda claro, pero también una riqueza que nunca termina de sorprenderme y que no puedo medir numéricamente. Felices fiestas.
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