En ocasiones como esta, lo más saludable es el silencio, a menos que nuestras palabras sirvan. Por eso, consciente de que las mías no servirán de nada, me siento bastante ridícula ante esta página en blanco. En mi cabeza solo hay gritos, barro y miles de personas, animales y objetos cayendo en avalancha y a toda velocidad hacia la costa ante nuestra mirada impotente.
El ecólogo Ernesto Ráez, profesor de la Universidad Ruiz de Montoya, tiene algo que decirme: “Nos hemos acostumbrado a asociar la variabilidad climática con los impactos que tenemos en la memoria, de los fenómenos del Niño y la Niña. Pero esto no se trata de Niño o Niña, ni de cambio climático, ni de calentamiento global, ni de “la naturaleza” siquiera. A estas alturas ya no sirve saber qué es sino qué genera en nuestras vidas. Porque esto se trata de nosotros, los humanos, los pobladores de este planeta que no tenemos otro lugar adonde ir. Por eso, los peruanos tenemos que aprender a actuar con prevención”.
Prevención. Otras sociedades lo hacen sin voltear a mirar a sus autoridades, porque confían en sus propios saberes, en lo que les contaban sus padres y abuelos, y porque observan el medio en el que viven y como este empieza a alterarse, para enfrentar calores extremos o avalanchas de nieve, partiendo de un respeto básico, de una cosmovisión donde el hombre reconoce su diminuto tamaño ante lo impredecible. El planeta está vivo y no nos pertenece. Es un animal mucho más grande que nosotros y no somos más que sus pulgas cuando se aburre y se sacude cada tanto.
Tenemos que escuchar a los viejos, tenemos que observar cómo se comportan los animales antes de que empiecen las lluvias que matan, tenemos que entender que todo eso que jamás pensamos que nos iba a pasar nos está pasando… y que no es novedad. Lo que está ocurriendo ahora, dicen los ecólogos, ocurre cada 50 años desde hace más de 40 mil. ¿Y cómo debemos llamarlo? Da lo mismo. No es un perrito que podemos domesticar, es un monstruo del que solo podemos tomar distancia si lo vemos venir a tiempo. Pero quien construye a la vera del río no lo hace por capricho, lo hace porque no tiene agua ni desagüe…
Precisamente la carta política que se jugó el oficialismo durante la campaña que ganó.
A Humala le dio en la cara la conflictividad minera tras sus famosas promesas contra el oro. A PPK le toca cumplir con su discurso de agua para todos, para no correr la misma suerte. Mientras tanto que los ríos se apiaden, ya estuvo bueno.
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