Periodista
Mi abuela paterna vio fútbol todos los días de su vida hasta que se fue. Tanto fútbol que en los 80, cuando se transmitían por televisión los partidos de barrio que se jugaban en el colegio Carmelitas en el verano, ella también los veía. Y los de segunda división y los clásicos y las Eliminatorias y todos los partidos de los mundiales. Dentro del jardín de la casa en la que vivíamos de niños, mi papá tenía su propia cancha de fulbito. Cuando no era sábado por la mañana y llegaban sus amigos a jugar, nosotros peloteábamos y yo era utilizada por mis hermanos para tapar o patear, según se les antojara. Los hombres de mi casa solo hablaban de fútbol, los domingos, a la hora de almuerzo. Si luego había un partido, teníamos que atragantarnos la parrilla a toda mecha porque había que sentarse a ver el juego, y los cuatro hombres a seguir gritando, con la rarísima costumbre de bajar el volumen del televisor y subir el de la radio. Uno de mis hermanos fue arquero profesional. Mi hija en este momento está jugando fulbito en su colegio y seguramente ganando porque es goleadora. Mientras escribo esto, evito teclear con el anular izquierdo pues me lo destruí tapando un cañonazo el año pasado. De modo que pueden decirme cualquier cosa menos que no sé nada de fútbol.
Pero aun así odio el fútbol peruano porque en torno a él solo veo miseria. No solo porque jamás le ganamos a nadie ni clasificamos a un Mundial desde hace 33 años, sino porque la cultura futbolera peruana me parece una vergüenza disfrazada de pasión. Cuando juega Perú, necesitamos miles de policías en las calles porque los fanáticos creen que celebrar es destruir. Los vecinos que viven en torno al Monumental piden que el estadio se clausure porque ya no soportan el vandalismo. Cuando Perú juega contra Chile, además, creen que insultar y acosar al país invitado en el hotel donde se aloja es bacán. Y esa cultura del perdedor / abusador está en todos los mensajes. Antes del último partido con Chile circularon videos insólitos. O se dirigían al barrista matón usando a hombres con pinta de presidiarios gritando una canción patriotera, o ensalzaban con poesía barata ese fútbol mal jugado y violento, haciendo una metáfora muy pobre con una relación entre un macho insistente y una mujer que lo maltrata, pero él sigue ahí, arrastrándose hasta que lo boten a patadas.
Walter Oyarce murió a los 23 años en manos de delincuentes que creen que el fútbol es una guerra. La barra de la ‘U’ se burla del accidente aéreo en el que murió todo el equipo de Alianza en 1987. El fútbol peruano, cuando no mata, se ríe del muerto.
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