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Opinión

“El año pasado el Perú batió un récord, con la mayor cantidad de derrames de petróleo de los últimos 10 años en la Amazonía”.

Un video lanzado esta semana por la revista H, devuelve nuestra mirada sobre un tema grave que hoy pasa desapercibido, merced a asuntos supuestamente más urgentes. Los periodistas Vanessa Romo y Antonio Escalante se sumergen en la espesura de Loreto, donde ciudadanos wampís siguen sufriendo las consecuencias de un derrame provocado por el Oleoducto Norperuano en febrero de 2016. La quebrada Cashacaño en el distrito de Morona es la protagonista esta vez. El video empieza con el hipócrita mea culpa del entonces presidente del directorio de Petroperú Germán Velásquez, en una audiencia ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en junio del año pasado, en Chile. Los nativos del Morona se indignan cuando ven al ex funcionario pidiendo perdón y asegurando haber destinado 350 toneladas de víveres y agua potable a las comunidades afectadas, haciendo alarde de un supuesto plan de contingencia que según los wampís nunca se dio. Cashacaño era un lugar de caza y pesca para nativos amazónicos expuestos, como tantos miles de peruanos, al abandono del Estado.

El año pasado el Perú batió un récord, con la mayor cantidad de derrames de petróleo de los últimos 10 años en la Amazonía. Fueron 13 fugas producidas a lo largo del viejo oleoducto, que recorre 2 mil kilómetros entre Loreto y Talara, y es operado desde hace 40 años por Petro Perú. Unos 6 mil barriles de petróleo mataron bosques y quebradas en la selva de Loreto y Amazonas. Pero según la empresa estatal, 10 de las 13 fugas habrían sido ocasionadas por cortes y roturas efectuados por terceros. Sabotaje es la palabra, y aunque suene a delito, basta con llegar hasta ese fin de mundo y ver ese nivel de pobreza para entender por qué alguien llegaría al extremo de provocar un derrame en sus propias tierras, con tal de acceder por una vez en la vida a un poco de dinero. A fines de 2016 tuve la oportunidad de visitar una serie de sitios afectados y la impresión que me causó ese nivel de destrucción ambiental y abandono social me marcó para siempre. El empleo en limpieza de derrames es una bomba de tiempo disfrazada de boom económico, en una selva, contaminada durante décadas por la actividad petrolera, donde la gente ya no puede sobrevivir a costa de sus recursos naturales. Su única opción de trabajo es embarrarse de ese crudo que luce como brea hasta las orejas, respirar ese aire contaminado, envenenarse por un contrato de tres meses que les da la posibilidad de tener algo que no han tenido nunca y que ahora necesitan porque ya no pueden vivir de la naturaleza: dinero. Mientras tanto nuestra selva sigue desapareciendo.


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