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Opinión

“Creo en Dios aunque no parezca, y rezo mucho, pero no creo en quienes usan su nombre para intoxicarse de poder, mintiendo y asustando”.

No voy a entrar en la cursilería de lamentar la muerte de estrellas de Hollywood o músicos famosos, quienes, si bien me han alegrado la vida, lo pueden seguir haciendo vivos o muertos, pues igual nunca tendré la oportunidad de conocerlos realmente y disfrutarlos. No haré dramas por todo lo que el 2016 se llevó de nuestras pantallas, prefiero celebrar lo que me trajo la realidad.

Este año me casé en Chile, pues legalmente la unión igualitaria no existe en el Perú. Pero lejos de lamentar lo que no pudimos hacer en nuestro país, agradecemos, mi esposa y yo, lo bien que fuimos tratadas en el país vecino, donde las puertas se nos abrieron de par en par, sin rechazo ni prejuicio, donde una jueza presidió una ceremonia muy sencilla y emotiva, en una municipalidad de Santiago, en la que habló del amor, como lo único que debe importarnos. Tuvimos la suerte de escuchar esas valiosas palabras acompañadas de nuestras familias, celebramos discretamente, y al volver tuvimos todo el calor, la acogida y el respeto de nuestros amigos, compañeros de trabajo y los padres de familia del colegio de mi hija.
Gracias de todo corazón por eso.

Tanto amor hay en mi vida, que no puedo entender otra manera de relacionarnos. Por eso llevo mucho tiempo pensando que el juego político es una pérdida de tiempo absoluta. Lo mismo que las religiones, cuyo negocio es aterrorizar a la gente más humilde para someterla. Necesitamos que la política y la religión no se potencien en favor de la manipulación de los más abandonados. Eso es abuso y se nota. Creo en Dios aunque no parezca, y rezo mucho, pero no creo en quienes usan su nombre para intoxicarse de poder, mintiendo y asustando.

El rey de esta estrategia tan violenta es un congresista con apellido de vacuno juvenil que es, para mí, si tal cosa existe: el anticristo… o el anti-Perú, como quieran. No trabaja para su país, no le crean, bajen el volumen de su televisor cuando aparezca.

Tanto amo mi país, que se me salen las lágrimas cuando veo que no se le valora, o que nuestra propia gente no es capaz de valorarse a sí misma. Pero también me lleno de fuerza cuando veo lo que somos capaces de crear y de dar. Y si sigo viajando, conociendo e involucrándome con el Perú es porque no puedo más del orgullo y porque, insisto, lo que tenemos es mucho más grande que lo que nos falta.

Doy gracias al cielo por un año más de vida y por formar parte de una familia maravillosa.


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