Nos estamos incendiando hace meses y los motivos son varios y distintos: cambio, negligencia, necedad, cambio climático, etc. La tragedia de Cantagallo, al margen de la responsabilidad de Castañeda en cuanto a reubicación y proyectos inhumanos, se hubiera podido evitar si no existiera la necia costumbre de generar apagones en las comunidades para obligar a la gente a ir a reuniones o asambleas, pues al no tener aparatos prendidos se acercan a eventos que las autoridades consideran obligatorios. El niño que se quemó fue víctima de los estragos de una vela prendida y la vela fue producto de la costumbre más primitiva que pueda existir en el mundo que es, insisto, dejar a la gente a oscuras para obligarla a asistir a un evento. El resultado es lamentable.
Las muertes en el incendio de Larcomar se hubieran evitado si no tuviéramos la troglodita costumbre de encerrar a la gente. Estamos llenos de cercos y obstáculos, y más desde que sufrimos la violencia del terrorismo en los ochenta. Desde entonces siempre hay excusas para candados, tranqueras, rejas y puertas cerradas, una actitud paranoica que termina matándonos. Me pasa todo el tiempo, en parques, en las calles de ciertos distritos, en universidades y hasta en las playas: rejas y letreros que prohíben la circulación. Paranoia ridícula que solo sirve para que no encontremos la salida cuando nos estamos muriendo asfixiados o quemados. Pero pensamos que eso es normal, cabizbajos como andamos desde que perdimos el derecho de reclamar espacios más amables y democráticos. El mundo es inseguro y es injusto, pero tratar de salir de una calle y tener que retroceder porque una reja lo impide es simplemente ridículo, feudal y facho.
Y ahora se queman los bosques del norte, cosa que también se hubiera podido evitar de no ser por la necedad de no prevenir cuando se evidencia un peligro. “Existe, este 2016, un altísimo riesgo de que las quemas agropecuarias, habituales entre agosto y noviembre, escapen completamente de control y produzcan intensos incendios forestales, causando perjuicios económicos, humanos y ambientales inaceptables”, advirtió el biólogo Ernesto Ráez a los medios en agosto de este año demostrando, con imágenes satelitales, que nuestra Amazonía se estaba quemando. Ráez fue uno de los científicos peruanos firmantes de una carta dirigida a los presidentes y ministerios de Perú, Bolivia y Brasil hace tres meses. Ellos alertaban sobre la presencia de la sequía más fuerte de los últimos 50 años en el bosque tropical amazónico. Pero nadie les hizo caso.
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