El 14 de agosto de 1985, 25 soldados de la patrulla militar Lince 7, a la orden del subteniente Hurtado Hurtado y del teniente Rivera Rondón, llegaron a Llocllapampa, anexo de Accomarca, en Ayacucho, y reunieron a los pobladores en la plaza del pueblo. Luego violaron a todas las mujeres y mataron a todos los pobladores: les dispararon, les arrojaron granadas y prendieron fuego a las casas con ellos dentro. De las 69 víctimas ejecutadas, 30 eran niños, 27 mujeres y 12 hombres. Tres de las mujeres estaban embarazadas y también fueron violadas. La patrulla no obtuvo prueba alguna de los presuntos vínculos de las víctimas con el terrorismo.
El Censo por la Paz realizado en el 2001 por el Programa de Apoyo al Repoblamiento registró, solo en Ayacucho, más de 18 mil huérfanos, más de 10 mil viudos y viudas, más de 12 mil muertos, casi 4 mil desaparecidos, casi 2 mil discapacitados, más de 3 mil detenidos y presos, y más de 14 mil ayacuchanos con problemas mentales.
Quince años después de ese censo, en abril de este año, el ex presidente de la Coordinadora Regional de Afectados por la Violencia Política de Ayacucho (Coravip), Felimón Salvatierra, declaró que la región no cuenta con presupuesto para atender las secuelas psicosociales del periodo de la violencia política.
Según el registro del Consejo Regional de Seguridad Ciudadana Ayacucho (Coresec), los principales problemas que afectan hoy a Ayacucho son el lavado de activos proveniente del narcotráfico en el valle de los ríos Apurímac, Ene y Mantaro (Vraem), la delincuencia común, la corrupción y la violencia social familiar.
Esta semana, por fin, Hurtado, Rivera y otros ex tenientes y soldados de la patrulla Lince 7 fueron sentenciados. Pero han pasado 31 años y Ayacucho sigue siendo una región olvidada y violenta. La justicia llega muy tarde y mezclada con otro tipo de horribles noticias como la violación y consecuente asesinato de una adolescente de 15 años por parte de otros seis sujetos en Huamanga, la mitad de ellos también menores de edad.
De más está decir que Ayacucho fue la región más golpeada por el terrorismo de los años ochenta y noventa; es evidente que las secuelas de la violencia la siguen golpeando, lo mismo que la desesperanza, la desconfianza, el resentimiento, el abandono, el dolor. Quienes tienen cargos de poder actualmente, tres décadas después de la peor guerra interna vivida en toda nuestra historia, no pueden haber olvidado lo vivido. Ayacucho merece toda nuestra atención.
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