22.NOV Viernes, 2024
Lima
Última actualización 08:39 pm
Clasificados
Opinión

“Nadie se plantó entre los agentes de seguridad y el agredido, nadie se la jugó. Nadie evitó la masacre”.

Hace un mes, una joven de origen peruano defendió a una pareja de los insultos racistas que era víctima por parte de otra mujer en el metro de Nueva York. El video se hizo viral y la mayoría de usuarios en las redes reconoció la actuación de Tracey Tong como un ejemplo a seguir. Tong se hace presente en la escena, se para junto a la mujer agresora y le increpa su actitud en español, en inglés, en el idioma que haga falta. “Tenemos que estar juntos, no odiarnos”, le grita Tong a la mujer racista. Tracey Tong se expone, se la juega, podría haberle caído un insulto o quién sabe un lapo, no importa, está ahí.

Nos consideramos cristianos, pero olvidamos que si bien hoy Jesús es un ícono, un recuerdo sagrado, en vida fue solo un hombre de carne y hueso que caminaba, hablaba, tocaba y si era necesario defendía con su vida a quienes consideraba sus hermanos. Pero hoy, con la virtualidad dominando nuestras vivencias, nos perdemos en prácticas autómatas donde la razón por la que supuestamente hacemos las cosas no está presente mientras las hacemos. Vivimos regidos por dogmas y valores incuestionables, pero estamos perdiendo esa emoción que nos lleva a la verdadera acción.

La reflexión anterior me lleva a cuestionar radicalmente la actitud con la que los compañeros de vuelo del médico vietnamita masacrado en un avión de United Airlines creen hacerle justicia a la víctima. Millones de personas ya vieron ese video hecho por la pareja sentada cerca al pasajero David Dao y se solidarizaron, atacando a la aerolínea e incluso instando a no elegirla nunca más. Genial. Los abusivos agentes de seguridad probablemente sean sancionados y aprendan algo tan elemental como que es un delito arrastrar y golpear a una persona para obligarla a abandonar su asiento en un vuelo. El resto de pasajeros, indignados (ninguno tanto como para bajarse del avión), han recibido una compensación de parte de UA por el mal rato vivido. Pero nadie tuvo el valor de Tracey Tong. Nadie se plantó entre los agentes de seguridad y el agredido, nadie se la jugó. Nadie evitó la masacre. Todos estaban convencidos de la incorrección e injusticia de lo atestiguado, no lo dudo. Pero su convicción no los llevó a moción alguna, salvo la robótica costumbre de registrar el abuso con sus celulares para denunciarlo luego. Y como era de esperarse, la imagen de Dao ensangrentado y en ataque de pánico dio la vuelta al mundo… qué éxito. “Alguien haga algo”, suelo leer en las redes ante el video de un abuso, pero esa frase es muy cobarde. O estamos presentes, o no estamos simplemente.


Si te interesó lo que acabas de leer, recuerda que puedes seguir nuestras últimas publicaciones por Facebook, Twitter y puedes suscribirte aquí a nuestro newsletter.