Me gusta la gente respondona. Me encanta que una persona renuncie a argumentos rebuscados para defenderse de manera políticamente incorrecta, callejera, frontal. Soy una convencida de que la elegancia, a ciertas alturas del debate, no sirve de nada. Y también me encantan los silencios por respuesta, cómo no, pero qué rico se siente una buena mandada al carajo a quien se lo merece.
Un par de escritores machistas y homofóbicos que se burlan de las víctimas de genocidio político de su propio país no son hombres valientes defendiendo sus ideas. Si a alguien se le ocurrió que era un gran aporte traer a dos intelectuales argentinos a explicarnos por qué debemos callarnos si somos víctimas de machismo o si tenemos una orientación sexual distinta, creo que se equivocó gravemente. Porque por más grande, masiva y ovejuna que sea la población religiosa del país que los acoge, las minorías que viven y sienten distinto no van a quedarse calladas ante la importación de discursos de odio.
Si un hombre le mira las piernas a mi hija que va en minifalda por la calle y le dice que está rica no le voy a responder elegantemente que su comportamiento es inadecuado, le voy a decir que si vuelve a mirarla siquiera le rompo la cara. Y me importa un pepino si mis formas son las correctas o no. El acoso sexual es violento aquí y en la China, y no se detienen balas de cañón con plumas de ganso. Y lo mismo la homofobia, con todas sus letras. Si alguien me llama machona le diré (como lo hice ayer): machona tu vieja. Y luego me vale madre que me responda que soy una malcriada intolerante, porque esa reacción sí que es (me disculparán) una mariconada, no el travesti, no el chico que se viste de rosado. La mariconada es esa actitud de perro faldero que muerde y luego lloriquea cuando se le enfrentan.
Nuestras libertades elementales no tienen nada que ver con derechas o izquierdas. No estamos siendo manipulados, a otro país con ese cuento. Nada ni nadie nos puede obligar a salir a las calles a marchar por una ideología, en cambio es un compromiso con nosotros mismos defender con garras y colmillos nuestra libertad y la de las personas que amamos. No pidamos tolerancia, nadie tiene por qué suplicar ser tolerado. De hecho hay miles de personas cuyos estilos de vida no tolero. Pero eso no me da derecho a restringir sus libertades. Y en cuanto al “orden natural”, ya que están de turistas, afamados escritores, dense una vuelta por los museos de arte precolombino. Luego hablamos.
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