Justo ahora que nuestros hijos vuelven a clases, el abuso infantil se convierte en un tema recurrente y aberrante. Pero no nuevo. Las estadísticas del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables señalan que aproximadamente 72% de los casos de violación en el Perú se da en menores. Durante el año 2015 fueron agredidos sexualmente unos 5 mil niños y niñas. Estas cifras solo pueden recogerse de las denuncias, pero obviamente muchos niños callan por temor y cargan hasta adultos con una historia tan injusta como para hacerlos sentir sucios por algo que fue claramente un abuso y un delito.
Las reacciones son casi unánimes, nadie defiende a un abusador, pero ciertas opiniones y cuestionamientos sobran. Hay quienes señalan como una exageración la acusación de una niña de 10 años a un socio del club Regatas, como si fuera normal que a tu hija la siente sobre sus piernas un desconocido. Otros exigen que el club revele el nombre del agresor, sin ponerse a pensar que los padres de la niña podrían tener motivos legales y personales para no hacerlo. El socio que abusó de la niña se merece la cárcel, pero la menor y sus padres se merecen nuestro absoluto respeto por la privacidad del proceso. No se trata aquí de satisfacer al público adicto a los detalles. Lo único que debe importarnos es la niña, y por ella hay que tragarse el morbo de querer saber su identidad, la de sus padres, qué pasó exactamente. Eso no es asunto nuestro.
También hay perversos cuestionamientos para deslegitimar las valientes denuncias contra Borea, el ex director del colegio Héctor de Cárdenas, donde ha surgido otro escándalo por abuso. El más recurrente es el que desconfía de los denunciantes porque no hablaron antes, como si fuera tan complicado entender que es precisamente en la adultez cuando nos sentimos listos para enfrentar públicamente una verdad tan traumática. ¿Quién en su sano juicio mentiría acerca de haber sido víctima sexual en una sociedad tan discriminadora como la nuestra?
Los niños callan porque tienen miedo y porque creen que tienen la culpa de lo que sucedió. Y es ahí donde radica nuestra labor. Nos toca hablar con nuestros niños, generar vínculos de confianza con ellos, ser consecuentes entre lo que decimos y lo que hacemos. Nos toca mostrarles cuánto valen para que no acepten humillaciones, nos toca estar de su lado, más que nunca. Y en cuanto a los fanáticos promotores de la homofobia que hoy marcharán contra la “ideología de género”, sepan que en este contexto de abusos sexuales contra niños y niñas su motivación es más idiota que nunca. Por favor, háganse una.
Si te interesó lo que acabas de leer, recuerda que puedes seguir nuestras últimas publicaciones por Facebook, Twitter y puedes suscribirte aquí a nuestro newsletter.