Pese a la gran cantidad y variedad de delitos que se cometen todos los días en todo el país y la evidente ausencia de un trabajo planificado, orgánico e institucional en el Ministerio del Interior y la Policía Nacional, un alto porcentaje de la población (48% según GfK) aprueba la gestión del ministro Daniel Urresti.
Quizá sea precisamente la desesperación de la población la que le hace querer creer en alguien que –a diferencia de sus antecesores– asume una postura protagónica, agresiva y omnipresente. Una autoridad que, sin hoja de ruta conocida, reacciona día a día –como en el caso del bujiazo en Javier Prado– y que hace cualquier cosa –como mostrar al país la “estrategia de mimetización” del grupo Terna– con tal de ganarse el aplauso de la población o del auditorio que tiene en frente, como sucedió en la CADE.
El tiempo dirá si el estilo Urresti es efectivo o solo efectista, y si ese 48% de la población se equivocó o no. Pero lo que sí es cierto es que la ciudadanía no asocia ese estilo con el gobierno nacionalista ni con el presidente Humala. Y la mejor prueba es que, mientras Urresti sube, el presidente –militar en el que se confiaba para luchar contra el delito– y la primera dama bajan en su aprobación y suben en su desaprobación.
Aparentemente, la esperanza –justificada o no– que, para una parte de la población, genera el ministro se distancia de la decepción o de la desconfianza que genera la pareja Humala, sea por las dudas y sospechas por sus actuaciones y omisiones en casos como los de López Meneses, Belaunde Lossio, el aporte de los mineros ilegales, o por el tipo de gobierno que ambos desarrollan, sin liderazgo ni ruta clara, donde los ministros parecen actuar por su cuenta y riesgo, donde, precisamente por eso, puede “brillar” un ministro como Urresti.
Se diría que Urresti le ofrece a una buena parte de la población lo que los Humala no son capaces de dar.
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