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Opinión

En una época como la nuestra, dominada por el consumismo y la compulsión por alcanzar el bienestar material, la poesía parece cosa vana e inútil, solo apta para ilusos y perdedores.

Guillermo Niño de Guzmán,De Artes y Letras
Escritor

En una época como la nuestra, dominada por el consumismo y la compulsión por alcanzar el bienestar material, la poesía parece cosa vana e inútil, solo apta para ilusos y perdedores. En el Perú, la pobreza de Vallejo, la fragilidad de Eguren o el extravío de Martín Adán no ayudan mucho a mejorar esa visión. Sin embargo, hubo alguien que supo borrar aquel estigma de derrota y mala suerte, y que consiguió hacer de esa historia de locos una carrera digna, inusualmente exitosa. Nos referimos a Antonio Cisneros, quien tuvo la mala ocurrencia de dejarnos un año atrás, en vísperas de su 70 aniversario, cuando paladeaba una gloria que muy pocos letraheridos disfrutan en vida.

Cisneros contradecía la imagen del poeta como soñador y despistado. Por el contrario, era un tipo práctico y muy seguro de sí mismo, con los pies bien firmes sobre la tierra. Inteligente, rápido y sagaz, su verbo afilado solía dar en el blanco sin pestañear. Asumió múltiples ocupaciones (profesor, traductor, hombre de prensa, radio fue el popular Oso Hormiguero de RPP y televisión, promotor cultural) y en todas salió adelante. Entre tanto, se las arregló para desarrollar una de las propuestas más innovadoras de la poesía hispanoamericana y obtuvo un reconocimiento unánime, nada habitual. Admirado y traducido a varias lenguas, honrado con varios premios y distinciones, era aclamado por una legión de fervorosos seguidores en todos los países adonde iba a leer su poesía. Su notable dominio de escena lo asemejaba a una figura del espectáculo.

Toño, como le gustaba que lo llamaran, vivió a plenitud, con frecuencia hasta rozar el límite. Cálido y entrañable, fresco e irreverente, había en él algo del viejo rebelde que se resiste a claudicar. En buena cuenta, su partida representó el fin de una época, aquellos explosivos años sesenta en los que deambuló entre Lima, Londres, La Habana y Niza. Su actitud coincidió con la efervescencia de la juventud que, en esa década prodigiosa, desafió al poder y trató de imponer un nuevo orden de valores basado en la libertad, el amor y la imaginación.

Personaje de leyenda, Antonio Cisneros se nutrió del espíritu de los beats y de la contracultura, de la música de los Beatles y los Rolling Stones, a la vez que alentaba el ideal revolucionario que inflamó a su generación en América Latina. Su poesía, original y rotunda, es la más rica expresión de ese periodo de cambios trascendentales en el que la realidad fue doblegada por el ímpetu del deseo.


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