“Anda, quéjate con tu mamá” fue la expresión que me gritó el chofer de una combi en respuesta a mi protesta cuando su vehículo me cerró el paso intempestivamente en plena Vía de Evitamiento.
Me indigné, me enfurecí por algunos instantes, pero de inmediato pensé: ¿en manos de qué clase de personas están las vidas de los pasajeros que viajan en las combis? ¿Qué pecado estaremos pagando para soportar a ese tipo de personas al volante?
El chofer y su cobrador de combi son un “combo”, ellos trabajan en “pared”, en complicidad y, por ello, tienen comportamientos y características similares. Ellos no siempre están limpios ni con apariencia ordenada. El lenguaje que usan no siempre es el mejor y tratan a los pasajeros como ganado. Nos les importa si la combi está llena, si hay una mujer embarazada sin asiento o si una anciana está subiendo o bajando del vehículo. Lo único que les importa es tener su vehículo atestado de pasajeros y se enfrascan en carreras suicidas para conseguirlo.
Además, existen combis, cual discoteca rodante, llenas de luces psicodélicas y música estridente. En algunos casos, lo he visto, al combo se le suman los ladrones; el chofer detiene la combi donde el ladrón espera, y luego de que este le ha robado a algún pasajero, reduce la velocidad del vehículo para que el “choro” baje sin problemas.
El asunto del transporte no solo tiene que ver con las rutas y la calidad de los vehículos, sino, sobre todo, con la persona que conduce la unidad, por lo cual debería haber máxima rigurosidad en su selección, pues es responsable de la vida de las personas.
¿Sería mucho pedir que las autoridades municipales traten este tema con prioridad? ¿Sería mucho pedir que exista una campaña para mejorar la calidad de los trabajadores de las combis?
En este tema, la Municipalidad de Lima, la Policía y el área de salud mental del Ministerio de Salud deberían diseñar un plan estratégico para detectar a los choferes desadaptados y mejorar la calidad del servicio interno en el transporte público.
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