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Opinión

“Dos años después, El sueño eterno volvió a reunir a la pareja junto a Faulkner y Hawks, pero la novela original era de Chandler”.

Guillermo Niño de Guzmán,De Artes y Letras
Escritor

Todo ocurre cuando ella, antes de abandonar la habitación, se da vuelta y mira a su interlocutor, inclinando el mentón, de tal modo que sus ojos entornados parecen velados por el deseo, y susurra: “Sabes que conmigo no tienes que fingir, Steve. No tienes que decir nada y no tienes que hacer nada. Nada en absoluto. (Pausa). O, tal vez, solo silbar. (Le lanza una mirada al sesgo). Sabes cómo hacerlo, ¿verdad, Steve? Simplemente, juntas los labios y soplas”.

Ella es Lauren Bacall y él es Humphrey Bogart. La escena pertenece a la película Tener y no tener (1944), una de las más emblemáticas del policial negro. El guion fue escrito por William Faulkner a partir de la novela homónima de Ernest Hemingway y la realización estuvo en manos de Howard Hawks. Sin duda, uno de esos raros casos en la historia del cine donde coincidieron grandes talentos y no se anularon entre sí.

Nos hemos acordado de este film a raíz de la muerte de Lauren Bacall, una de las últimas sobrevivientes de la época dorada de Hollywood. Tener y no tener significó su debut en la pantalla. Según reveló, era una joven muy tímida y nerviosa, a tal punto que el mentón le temblaba cada vez que le tocaba rodar una toma con el fogueado Bogart. De ahí que bajara la cabeza (¡para frenar el temblor!) y mirara de soslayo, sin saber que ese gesto se haría su seña de identidad, pues le confería un aspecto seductor y misterioso. Por supuesto, también ignoraba que acabaría casándose con Bogie y que la película se convertiría en un clásico inolvidable.

Dos años después, El sueño eterno volvió a reunir a la pareja junto con Faulkner y Hawks, pero esta vez la novela original correspondía a Raymond Chandler, el creador de uno de los detectives privados más notables por su dureza e ironía: Philip Marlowe. El rol le vino como anillo al dedo a Humphrey Bogart, cuya química con Lauren Bacall era impresionante, como se aprecia en este diálogo oblicuo y punzante, realmente memorable:

“Hablando de caballos, también a mí me gusta apostar, pero prefiero verlos correr un poco primero –dice ella–. Ver si arrancan de salida o desde atrás, descubrir sus particularidades, lo que les hace correr”. Aquí interviene Marlowe, dispuesto a seguirle el juego: “¿Ya descubrió las mías?” Ella: “Creo que sí”. Él: “Adelante”. Ella: “Pues diría que no le gusta que lo evalúen. Le encanta arrancar con fuerza, abrirse camino, tomarse un respiro en la segunda vuelta y regresar tranquilo a casa”. Él: “Tampoco a usted le gusta que la evalúen”. Ella: “Todavía no he conocido a nadie capaz de hacerlo. ¿Alguna sugerencia?”. Él: “Bueno, no puedo hablar sin ver antes cómo corre usted, al menos un poco. Tiene un toque de clase, pero no sé hasta dónde puede llegar”. Ella: “Oh, depende mucho de quién sea el jinete…”.

Desde luego, hace falta imaginar el irresistible fulgor de los ojos de Lauren Bacall para completar la escena. Y, claro, cuando ella mira a Bogart, somos nosotros, fascinados espectadores, quienes caemos rendidos a sus pies.


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