Ricardo Vásquez Kunze, Desayuno con diamantes
rvasquez@peru21.com
Augusto Álvarez Rodrich ha escrito este último viernes un artículo que él mismo resume en una sumilla como: “Crece la presión para que Humala indulte a Fujimori”. A favor estarían la opinión pública nacional graficada por IPSOS con un 55% de peruanos. También el APRA, representada por sus líderes históricos Armando Villanueva y Alan García, “para variar”, según AAR, siempre con motivaciones subalternas de por medio. Le siguen en la lista de perdonavidas del ‘Chino’ Lourdes Flores, hasta hace dos semanas la encarnación de la decencia política nacional en opinión del mismo periodista. Ni qué decir del fujimorismo, cuya única agenda clara es la liberación de su líder achacoso.
De ahí que se afirme que “hay, en teoría, una red de protección que pareciera promover el indulto a Fujimori”. Podríamos decir lo mismo, pero al revés. Leyendo la columna de AAR, así como las opiniones de una plétora de personajes en la misma sintonía, quedaría la certeza de que “crece la presión para que Humala NO indulte a Fujimori”.
Obviamente, como en una sociedad libre las opiniones van y vienen, cada uno tiene el derecho de pronunciarse a favor o en contra de lo que le dé la gana. Así, por cada uno que dice que “es errado” que “el Presidente es el único con la potestad absoluta de decidir un indulto, al margen de la ley y sin que el informe médico tenga un carácter vinculante”, habrá diez constitucionalistas que afirmen que “no es errado”. Por lo tanto, las opiniones de fulano, mengano y perencejo pueden ser muy respetables de acuerdo con el gusto del que quiere consumirlas, pero importan, en el caso del indulto a Fujimori, un reverendo pepino.
La única opinión que vale es aquí la del Presidente de la República, que tiene el poder de indultar o no a Fujimori. Y aquí viene lo interesante de la columna de AAR que me ha permitido escribir la mía. Dice que, a pesar de que el perdón no tiene fundamento, si “el Presidente Humala optara por el indulto, debiera ofrecer una explicación al país y a las familias de los asesinados”.
Es obvio que para AAR, y muchos como él, el fundamento constitucional es insuficiente. Entiendo que él reclama, elevando el debate a un plano superior, uno “más poderoso” que el de la Ley de leyes: el fundamento moral. Así, Humala tendría que “explicarse moralmente” ante los deudos de las víctimas, ante la nación entera y, dramáticamente, frente a la Historia.
Pero lo que exige AAR es imposible porque el perdón moral no tiene explicación alguna más allá de la gracia generosa del que lo concede según su conciencia. Nadie me puede exigir que me justifique moralmente sobre el porqué perdoné al victimario de un familiar. El perdón es un acto de amor, le guste o no al mundo entero. Y los actos de amor se explican sólo por sí mismos.
Es cierto, me dirán muchos. Pero aquí no se trata del perdón al asesino de mis familiares o de los de Humala. Tienen razón. Se trata, en un Estado de derecho, de que asesinando individualmente se ha ofendido a la sociedad y por eso ha sido condenado Fujimori. Pero esa misma sociedad se encarna, para el otorgamiento del perdón, en el Presidente que la personifica. De ahí se sigue que, al igual que en un caso de perdón entre particulares, el Presidente puede perdonar un crimen contra la sociedad y nadie tiene el derecho de exigirle una justificación moral de su misericordia.
Así, pues, “elevar” el debate del indulto a un plano moral no es sino reconocer lo que se niega: el arbitrario poder del Presidente a otorgar el perdón a quien él quiera.
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