Murió Nelson Mandela, leemos, escuchamos, pero no sentimos que la frase sea real. Porque con él es tangible aquella expresión que dice que hay personas que, por sus actos, resultan inmortales.
Y aunque sus ojos se hayan cerrado y su corazón haya dejado de latir, el legado del hombre que se trajo abajo esa lacra llamada apartheid, que establecía diferencias en las personas en las personas por el color de su piel, se mantendrá por siempre. Él mismo era consciente de su grandeza. Por eso, alguna vez dijo: “La muerte es algo inevitable. Cuando un hombre ha hecho lo que creía necesario por su pueblo y su país, puede descansar en paz. Creo que yo he cumplido ese deber, y por eso descansaré para la eternidad”.
Otras grandes personalidades han destacado su grandeza. Mario Vargas Llosa escribió de él: “Mandela es el mejor ejemplo que tenemos de que la política no es solo ese quehacer sucio y mediocre que cree tanta gente (…), sino una actividad que puede mejorar la vida, reemplazar el fanatismo por la tolerancia, el odio por la solidaridad, la injusticia por la justicia, el egoísmo por el bien común, y que hay políticos, como (Mandela) que dejan su país, el mundo, mucho mejor de como lo encontraron”. “Un gigante de la justicia”, lo ha llamado Ban Ki-moon, secretario general de la ONU, y Bill Clinton, “campeón de la dignidad humana y de la libertad”. “Una leyenda en vida y ahora, en la muerte, un héroe del mundo”, dijo David Cameron, el primer ministro inglés.
AMANTE DE LA LIBERTAD
¿Y qué hizo grande a Mandela? Sus acciones, su consecuencia. De joven se unió al Congreso Nacional Africano (CNA) y, por defender sus ideas, pasó 27 años en prisión. Al inicio, creyó que la lucha armada era el método adecuado para acabar con la opresión y discriminación que padecían los negros sudafricanos, pero, ya en prisión, cambió su ideario político más no sus objetivos. Al ser condenado, en 1964, en pleno tribunal, dijo: “He luchado contra la dominación blanca y contra la dominación negra. He perseguido el ideal de una sociedad libre y democrática donde todas las personas vivan juntas en armonía y con igualdad de oportunidades. Es un ideal que espero vivir y conseguir. Pero si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir”. En 1990 salió de prisión, y lo primero que hizo fue visitar al juez que, 27 años antes, lo había condenado a cadena perpetua. Inmenso.
En 1993 recibió un muy merecido Premio Nobel de la Paz y, en 1994, fue elegido presidente de su país. Y, en lugar de regodearse con las mieles del poder, en 1999, cuando acabó su mandato, se retiró de la política. Así era Mandela, así será por siempre. Por obra y comportamiento, Madiba se hizo inmortal.
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