Ricardo Vásquez Kunze,Desayuno con diamantes
rvasquez@peru21.com
El jueves llegaba a su fin y me aprestaba, a eso de las 23 horas, a ver un capítulo más de Downton Abbey. En vano esperé que apareciera lord Grantham en su castillo gótico, telón de fondo de una extraordinaria historia inglesa de cambio de época en que la aristocracia cede definitivamente el paso a la cultura democrática de las clases medias. Me había equivocado. La serie empezaba a las 00 en punto, ya 5 de abril. Mientras tanto, para matar el tiempo, y empujado por una irremediable deformación profesional, me puse a ver los canales de noticias esperando algo nuevo, aunque sin mucha expectativa a esa hora de la noche porque… “ya lo había visto todo”. Erré.
El ‘Chema’ Salcedo estaba presentando su show nocturno a un costado de la Vía Expresa. Me atrapó el ojo y, entonces, sorprendido, pude escuchar lo que decía o, mejor dicho, lo que yo creí entender. Defendía la separación de poderes en una sociedad libre y republicana. Sacaba cara por la independencia de la Judicatura, pilar de un sistema democrático. Criticaba, finalmente, el linchamiento periodístico al que ha sido sometido el juez de la causa de La Parada por su fallo contrario al Municipio de Lima, augurando que ningún juez superior, con todas las amenazas proferidas por la prensa y el Gobierno, se atrevería a ratificar lo dicho por el magistrado, más allá de si hay derecho o no en su sentencia, que es lo único que debería estar en discusión allí. Así están las cosas, concluyó. Sí, pues, así están de mal.
Digo mal porque, escuchando al ‘Chema’, cualquiera diría que no estamos viviendo en democracia. Por lo menos no en una verdadera. Y, ciertamente, yo creo que vamos derechito a eso. No alucino ser el único entonces en darse cuenta de que se ha instalado en el Perú una cultura del capricho en la que todo lo que está bien para “mí” es correcto, honesto y democrático. Por el contrario, todo aquello que perturba “mis” ideas de la vida o “mis” anhelos o intereses políticos es un “sabotaje” de la sinrazón o un “atentado” de “la mafia”. Y en esta caricatura grotesca de una “democracia a ‘mi’ medida”, el periodismo está jugando un papel lamentable.
Ya no hay periodistas que presenten la noticia. Hay “sumos pontífices” que editorializan cada coma de acuerdo a sus caprichos de turno en nombre de la democracia. Y eso es grave porque la convierte en una mera coartada para proponer cualquier cosa que “me” dé la razón y para lapidar a cualquiera que no “me” la dé. Ya no se trata entonces de darles tribuna a las partes para esclarecer un hecho determinado relevante para la sociedad. No. Se trata de tomar partido militante por una de las partes y hasta de reemplazarla para oficiar de fiscal y juez con ideas preconcebidas y sentencias bajo el micrófono, listas para condenar al que no piensa ni actúa como “yo” esperaba. Y como eso no es periodismo en ninguna parte y el periodismo es la savia de la democracia, lo que tenemos es una democracia marchita.
Florece a su costado, siempre invocándola, una suerte de despotismo ilustrado de gente que se arroga, como bien editorializó El Comercio este último viernes, la potestad de interpretar a su antojo la voluntad popular y las conveniencias del bien común. Que en este afán totalitario con antifaz democrático las instituciones queden como pisapapel debe extrañar sólo a los incautos. No me cabe ya la menor duda de que el 5 de abril de 1992 dejó hijos inesperados. Es la generación de la “coalición paniaguista”; qué ironía de la vida, ¿verdad?
Empieza un nuevo capítulo de Downton Abbey. Pero ya hay una versión “marca Perú”. Allí todo pasa exactamente al revés. La democracia cede la posta a una casta de “aristócratas iluminados” que saben perfectamente lo que es mejor para usted y para mí. Y la cereza. No hay que esperar a la medianoche del jueves para verla. Está en todas las noticias de lunes a domingo. A cualquier hora del día.
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