Algunas encuestadoras ya incluyen en sus sondeos la intención de voto presidencial. La prensa rebota a diestra y siniestra cifras que, con un año de anticipación de la contienda, no presentan validez predictiva. Los apoyos que exhiben son relativos; en el mejor de los casos expresan simpatía e identificación, aunque no una reflexión sensata sobre la decisión electoral.
Por la propia naturaleza de la política peruana (desafección de un gran sector de la población hacia la política, pocas identidades políticas recurrentes, debilidad orgánica de los partidos), las decisiones electorales suelen tomarse por descarte. El “mal menor” es una regla informal de la racionalidad del elector peruano. Pero para que esta aplique, se requiere del elenco completo de presidenciables: desde el perdedor de siempre hasta el potencial “outsider”. Por lo tanto, la “intención de voto” de los sondeos actuales no debe tomarse como respaldo monolítico sino como humor estacionario. De ahí lo sonado de algunas “decepciones”: encabezar preferencias a inicios de campaña (Paniagua el 2006, Toledo el 2011) y terminarla intentando salvar, al menos, la bancada congresal. Si bien han existido excepciones (Castañeda en Lima el 2014), durante el periodo electoral lo regular es la volatilidad.
Así, la utilidad de los sondeos vigentes sobre candidaturas presidenciales será referencial y sus resultados deberán tomarse con pinzas, por lo menos hasta diciembre. Aunque suene cruel, la elección del futuro presidente depende, como siempre, de lo que suceda entre fiestas de fin de año y Semana Santa; a expensas de la temperatura política del próximo verano. Prepárese usted, estimado lector y estimado outsider wannabe, con calma y cautela para ese momento.
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