Uno de los mayores atractivos del VI Festival al Este de Lima (una estupenda muestra del cine de Europa central y oriental, que no tiene cabida en un sistema de distribución que prefiere endilgarnos los productos más convencionales de Hollywood) ha sido Leviatán (2014), de Andréi Zviagíntsev. Esta película rusa, ganadora del Globo de Oro y nominada al Oscar a la mejor película extranjera, ha desatado una gran polémica en su país de origen, pese a la aclamación unánime que ha recibido en Occidente. Su visión amarga y descarnada incide en las nuevas formas de opresión que se han desarrollado en Rusia y que no son menos atroces que las que imperaban en la Unión Soviética.
El título guarda varios significados que conviene explicar. Leviatán es el término que escogió el filosofo inglés Thomas Hobbes en 1651 para enmarcar sus reflexiones sobre el establecimiento de un Estado absoluto, donde el poder religioso debe estar sujeto al poder político. Por supuesto, la referencia a Leviatán es una alusión directa al monstruo que aparece en la Biblia, un ente del mal asociado a Satán y descrito como un depredador marino que devoraba a las naves y sus tripulantes. Hoy, Zviagíntsev se vale de esta siniestra imagen para elaborar una durísima parábola sobre la situación desesperanzada por la que atraviesa Rusia en la era de Putin. Aquí el Estado emerge como un monstruo de vileza y corrupción que socava los cimientos de la sociedad, en connivencia con la Iglesia Ortodoxa.
La película nos narra las peripecias de un mecánico honesto, quien se enfrenta a un alcalde inescrupuloso que pretende arrebatarle su hermosa vivienda. El escenario es un pequeño pueblo a orillas del Mar de Barents, un paisaje desolado cuya belleza natural contrasta con las bajas pasiones que corroen a los personajes, víctimas de una violencia casi endémica. Hay una tensión insoportable que Zviagíntsev maneja con extrema sutileza, sin recurrir a efectismos, valiéndose de un ritmo moroso y una densidad expresiva que nos recuerdan a Bergman y Tarkovski. Áspero e inconmovible, el director ruso no hace concesiones al espectador. Sin embargo, su aparente frialdad resulta engañosa: el hielo también quema.
Leviatán ha irritado a las autoridades rusas. El ministro de Cultura ha anunciado que se adoptarán leyes para denegar licencias de distribución a películas que denigren la cultura nacional. Por su parte, el realizador ha defendido su libertad creativa y ha señalado que la historia podría pasar en cualquier parte del mundo. Y no le falta razón. Mientras veíamos esta magnífica cinta, era imposible no acordarse de los estragos que causa la corrupción en el Perú. Inquietante y perturbadora, Leviatán nos obliga a confrontar nuestra propia realidad, a lidiar con esos monstruos que todos llevamos dentro.
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