García Márquez solía referirse a ella como la Mamá Grande, nombre de uno de sus personajes, y, en buena cuenta, eso es lo que fue Carmen Balcells, la agente literaria catalana que acaba de morir. Porque, a diferencia de otros representantes de escritores, trababa con ellos unas relaciones que excedían el marco profesional. Al igual que una madre, se preocupaba por el bienestar de su prole y, además de su sustento, se involucraba en sus avatares personales y les ayudaba a tomar decisiones cruciales. Como bien dijo Vargas Llosa, “nos cuidó, nos mimó, nos riñó, nos jaló las orejas y nos llenó de comprensión y de cariño en todo lo que hacíamos, no solo en aquello que escribíamos. Era inteligente, era audaz, era generosa, era buena y su partida deja en todos los que la conocimos y la quisimos un vacío que nunca nadie podrá llenar”.
Sin Carmen Balcells, el “boom” de la literatura latinoamericana no habría ocurrido. Ella tuvo la intuición y la sagacidad suficientes para apostar por autores que aún eran poco conocidos y que sobrevivían realizando trabajos ajenos a su vocación natural. Le bastó leer un libro de relatos de García Márquez para vislumbrar su genio y querer reclutarlo, mucho antes de que publicara Cien años de soledad. Asimismo, exhortó a Vargas Llosa para que renunciara a su puesto de profesor en Londres y se dedicara solamente a escribir. Y, cuando el novelista peruano pretextó que tenía una familia que mantener, ella no vaciló en darle un estipendio mensual y lo animó a que se mudara a Barcelona, donde podía velar mejor por sus intereses. García Márquez ya se encontraba bajo su protección y los buenos oficios de la agente hicieron el resto: Vargas Llosa se instaló en la misma calle en que vivía su colega colombiano y ambos entablaron una amistad legendaria. En poco tiempo, la Ciudad Condal se erigió como el faro de una nueva generación de escritores destinada a revolucionar las letras latinoamericanas.
Antes de Carmen Balcells, los editores tendían a imponer contratos draconianos a los autores. Ella cambió radicalmente las condiciones y propició una profesionalización del escritor que, en el ámbito de lengua española, no pasaba de ser una quimera. Pero Balcells era una negociadora habilísima, capaz de doblegar al editor más duro y cicatero. Como le advirtió una vez al novelista chileno José Donoso, “contrariamente a lo que parece por el tono festivo que mantengo con mis representados, a la hora del business soy implacable”. No obstante, la calidez y generosidad que irradiaba en el trato con sus escritores le otorgaron un aura entrañable. García Márquez acertó cuando le dedicó una novela de amor con estas palabras: “Para Carmen Balcells bañada en lágrimas”.
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